LA CULTURA COMO MOTOR DE DESARROLLO Y COHESIÓN SOCIAL: UNA REFLEXIÓN NECESARIA

La cultura desempeña un papel fundamental en el desarrollo integral de los pueblos. No es un accesorio ni un lujo: es una fuerza viva que impulsa el crecimiento social, económico y ambiental, al tiempo que fortalece la identidad colectiva y mejora la cohesión social. A través de la cultura, las comunidades no solo avanzan, sino que también celebran y preservan sus raíces, reafirmando su sentido de pertenencia y su legado histórico.

La consolidación del concepto de identidad cultural tiene un valor inmenso. Este proceso permite abrir espacios de reflexión sobre los conocimientos, creencias, expresiones artísticas, normas, valores, costumbres y capacidades que los habitantes de un territorio adquieren y transforman como miembros activos de una sociedad. En nuestra región, por ejemplo, la cumbia, la tambora pajarito, bailes cantao, el chande, el bullerengue, las danzas o bailes tradicionales, la gastronomía ancestral y las fiestas patronales son expresiones vivas de una identidad cultural que, aunque rica, ha sido históricamente subestimada o relegada a lo folclórico, sin ser vista como parte central del desarrollo.

En los países desarrollados, la identidad cultural se ha consolidado a lo largo de siglos mediante un complejo proceso de interacción entre tradiciones locales, influencias externas y dinámicas históricas que han fortalecido una conciencia colectiva sobre la importancia de preservar y valorar sus expresiones culturales. Basta observar cómo Francia protege su lengua y promueve sus museos; cómo Italia hace del arte y el patrimonio arquitectónico una industria cultural robusta; o cómo España ha convertido el flamenco, sus fiestas populares y lenguas regionales en pilares de su proyección nacional e internacional. Mientras tanto, en nuestras comunidades, la tradición oral, los oficios artesanales, la música de tambora o el legado de nuestros abuelos —como la medicina ancestral o la sabiduría campesina y ribereña — han sido marginados del sistema educativo, de los medios de comunicación y de las prioridades del desarrollo territorial.

La política pública, la protección del patrimonio, el impulso al arte y la educación intercultural son fundamentales para consolidar este concepto. En ciudades como Medellín, Valledupar y Barranquilla la inversión en casas de cultura, museos, bibliotecas, escuelas de música, fiestas  y festivales ha sido clave en procesos de transformación urbana, convivencia y superación de la violencia. De igual manera, en nuestro territorio, donde la diversidad cultural es enorme, las fiestas y festivales solo han permitido fortalecer la autoestima comunitaria y el sentido de pertenencia, sin traer turismo cultural y sin dinamizar las economías locales.

Estos procesos de integración cultural —a través de ferias y fiestas, carnavales, encuentros de saberes o mercados de artesanías— promueven una visión pluralista de la identidad, donde las costumbres y manifestaciones populares conviven como parte esencial de nuestra idiosincrasia. Cada fiesta patronal, cada danza, cada tejido o canto tradicional encierra un código que habla de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

La identidad cultural de nuestro Departamento representa un punto de encuentro entre una memoria histórica —por cierto, muy olvidada— y los desafíos del presente. Rescatar esa historia de nuestros pueblos originarios, los procesos de resistencia cultural, los aportes de las comunidades  y el legado de las mujeres portadoras de saber es fundamental para avanzar hacia un modelo de desarrollo más humano e incluyente. Su fortalecimiento y consolidación serían un diálogo vital para fomentar la paz, el respeto, la creatividad y el desarrollo sostenible en una región que, hasta hoy, no ha comprendido que la cultura no es una parranda, un gasto, que no puede seguir siendo la cocina de las administraciones públicas, sino una de sus más poderosas herramientas de unidad, transformación social y proyección turística.

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