El centro se levanta: Una calma que también quiere gobernar.

Durante años, la política en Colombia se ha debatido entre extremos que han ocupado la atención mediática y electoral. La izquierda, con su llamado a la transformación social y la reparación histórica; la derecha, con su defensa del orden institucional y la economía de mercado. Ambas visiones, con aciertos y errores, han protagonizado el debate nacional mientras una gran parte de la ciudadanía se sentía cada vez más distante, incluso invisible. Hoy, en medio de una sociedad profundamente dividida y cansada del enfrentamiento ideológico, comienza a consolidarse una voz que antes parecía susurrada: la del centro. Pero ya no como sinónimo de neutralidad vacía ni de tibieza política, sino como una alternativa firme, estratégica y sensata que se propone gobernar. El centro ya no se presenta como un refugio para los indecisos, sino como un punto de equilibrio que entiende la complejidad del país y que, lejos de excluir, propone integrar. Porque la moderación no es debilidad; al contrario, es una forma madura de ejercer el poder, de reconocer las necesidades urgentes del cambio sin caer en la radicalización que tanto daño le ha hecho al tejido social. Esta corriente creciente —formada por ciudadanos, movimientos sociales, jóvenes líderes, sectores académicos, organizaciones regionales e incluso líderes políticos con experiencia— no se opone por oponerse. No pretende destruir lo que otros han construido, sino contribuir desde una visión plural, deliberativa y profundamente comprometida con la justicia, la dignidad y la eficiencia del Estado. No es el centro de la comodidad, es el centro de la acción sensata. Un centro que cree que es posible transformar sin incendiar; avanzar sin atropellar; incluir sin imponer.

En las últimas elecciones presidenciales de Colombia, más de seis millones de votos fueron a parar a candidaturas que podrían considerarse dentro del espectro del centro o la independencia moderada. A pesar de no haber llegado al poder, estos resultados mostraron que existe una base ciudadana que cree en el diálogo, en las propuestas aterrizadas y en la necesidad de gobernar con responsabilidad. Según cifras de Latinobarómetro y el Observatorio de Democracia de la Universidad de los Andes, más del 40% de los colombianos se identifican hoy como de centro, y un 59% declara sentirse decepcionado tanto de los proyectos de izquierda como de derecha. Esta no es una señal de apatía política, es una demanda urgente por una política distinta. Ser de centro no significa quedarse en la mitad para no incomodar, sino asumir la tarea más difícil: construir consensos. En un país como Colombia, donde los intereses regionales, sociales, económicos y culturales son tan diversos como nuestra geografía, liderar desde el centro no es un acto de evasión, sino de inteligencia política. Implica entender que los problemas estructurales del país —como la desigualdad, la corrupción, la inseguridad, el desempleo juvenil y el deterioro ambiental— no se resuelven con soluciones extremas ni con retórica incendiaria, sino con políticas públicas rigurosas, con escucha activa, con reformas bien diseñadas y con gestión honesta. Hoy, el centro también se caracteriza por su rostro joven, su conexión digital y su capacidad de adaptación. A diferencia de las viejas estructuras que se reciclan cada elección, el nuevo centro colombiano está siendo impulsado por una generación de jóvenes que no se conforma con marchar o reclamar en redes sociales, sino que ha entendido que el verdadero cambio se logra desde la participación activa, la formación ciudadana y la construcción institucional. Jóvenes que han crecido en medio de la polarización, pero que han optado por tender puentes en lugar de cavar trincheras. Jóvenes que reconocen los avances logrados por el actual gobierno, en temas como la agenda de paz total, la visibilización de poblaciones históricamente marginadas, o la lucha contra las desigualdades, pero que también señalan la necesidad de garantizar una mejor capacidad de ejecución, una narrativa más integradora y una eficiencia estatal que llegue al territorio con impacto real. La postura del centro no es de oposición automática, sino de crítica constructiva, de acompañamiento vigilante, y de disposición permanente a colaborar con lo que funcione y a corregir lo que no.

Colombia atraviesa un momento político determinante. La ciudadanía está más conectada, más informada, pero también más desconfiada. La fatiga institucional no se combate con más promesas vacías, sino con liderazgos éticos, con planes concretos, con una visión de país que no dependa del carisma de un solo dirigente, sino de la solidez de un proyecto colectivo. En este panorama, el centro tiene una oportunidad histórica: presentarse como una alternativa confiable, capaz de gobernar para todos sin excluir a nadie. Una fuerza que no responde al ruido de las redes, sino al silencio de los territorios olvidados. Una política que no busca aplausos inmediatos, sino resultados duraderos. No se trata de que el centro “modere” a los extremos, sino de que lidere con una agenda propia. Que proponga una reforma educativa transformadora, una descentralización real, una política de juventud ambiciosa, una economía más sostenible, una justicia más cercana, una seguridad integral, y una transición energética inclusiva. Todo eso, sin caer en el populismo, sin sacrificar la democracia, sin renunciar a la empatía. Porque gobernar desde el centro no es gobernar sin ideología. Es hacerlo con principios amplios, con valores democráticos, con una conciencia ética que entienda que el poder no es un premio, sino una responsabilidad. Hoy, cuando muchos se preguntan qué viene después del actual ciclo político, la respuesta no está necesariamente en los extremos ni en los caudillos de turno. La respuesta puede estar en la construcción paciente, firme y colectiva de una nueva mayoría. Una mayoría que no se identifica por gritar más fuerte, sino por pensar más claro. Una mayoría que no divide entre amigos y enemigos, sino que convoca desde el respeto, el conocimiento y la empatía. El centro se levanta. No para competir con el odio, sino para gobernar con inteligencia. No para callar a otros, sino para proponer con argumentos. No para sustituir una estructura por otra, sino para abrir una nueva forma de hacer política. El centro se levanta porque la moderación no es pasividad. Es valentía. Es decisión. Es visión de país.

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