En los últimos años, la llamada “izquierda woke” ha ganado protagonismo en los debates políticos y culturales. Se caracteriza por una fuerte insistencia en temas identitarios, una sensibilidad extrema ante el lenguaje y una tendencia a cancelar o excluir a quienes no comparten su visión del mundo. Aunque muchas de sus luchas son legítimas, su enfoque ha demostrado ser ineficaz para construir un proyecto político de transformación real.
Uno de los principales problemas de la izquierda woke es que ha desplazado la lucha de clases por una política basada en identidades individuales. En lugar de centrarse en las condiciones materiales que afectan a la mayoría, prioriza debates simbólicos que, si bien pueden ser importantes, no desafían las estructuras económicas y políticas que perpetúan la desigualdad. El resultado es una fragmentación de la izquierda en nichos específicos, donde cada grupo compite por reconocimiento en lugar de unirse para cambiar el sistema.
Además, la izquierda woke ha adoptado una actitud moralista que ahuyenta a posibles aliados. En vez de construir mayorías y persuadir a sectores populares, se enfoca en corregir el lenguaje y denunciar a quienes no cumplen con sus estándares de corrección política. Esto no solo genera rechazo en amplios sectores de la sociedad, sino que también le da munición a la derecha para caricaturizar y deslegitimar las luchas progresistas. En lugar de ganar apoyo, esta izquierda termina aislándose en burbujas donde solo se habla entre convencidos.
Otro defecto fundamental es su falta de estrategia política real. La izquierda woke tiende a creer que cambiar el discurso automáticamente cambiará la realidad, cuando en verdad el poder económico y político sigue intacto. Mientras gastan energía en debates sobre representación y simbolismos, las élites siguen acumulando riqueza y la derecha avanza con una agenda reaccionaria bien organizada. Sin una comprensión clara del poder y de cómo disputarlo, la izquierda woke se convierte en un movimiento testimonial más que en una verdadera alternativa de cambio.
Para que la izquierda vuelva a ser una fuerza transformadora, debe recuperar el enfoque en la lucha material, construir alianzas amplias y dejar de lado el purismo ideológico que solo debilita su causa. La indignación es un punto de partida, pero sin organización y estrategia, no pasa de ser una catarsis sin consecuencias reales.