Mientras el presidente se empeña en apagar el aparato productivo del país, a las buenas o a las malas, Colombia vive por cuenta de la deforestación un verdadero ecocidio. Estamos viviendo una hecatombe ambiental y social en vastas áreas de los departamentos del Meta, Guaviare y Caquetá, una crisis que demanda atención inmediata. Pese a la gravedad de la situación, se percibe una peligrosa negligencia por parte del Gobierno y escasa cobertura de los medios de comunicación, lo que agrava y oculta la dimensión del problema. Los efectos de la deforestación se hacen evidentes no solo en el deterioro del paisaje natural, sino también en la alteración de la vida comunitaria, todo ello impulsado por la tala indiscriminada y el incremento de las actividades ilegales.
La contaminación del aire, con humo proveniente de incendios forestales en el sur de la región, incluso ha llegado hasta Bogotá, donde se han activado las alertas ambientales. Sin embargo, el impacto de la deforestación va más allá, generando consecuencias socioeconómicas y culturales profundas. Los grupos armados y empresarios de la industria ganadera son algunos de los principales beneficiarios de esta destrucción.
Áreas protegidas, como resguardos indígenas y parques nacionales, son invadidas constantemente, lo que ha conducido al desplazamiento de comunidades originarias y la vulneración de sus derechos fundamentales. La expansión de la ganadería y los cultivos de coca alteran drásticamente el ecosistema y desestabilizan la estructura social y económica de la región, afectando a los más vulnerables.
Para contrarrestar esto, se requiere de un enfoque holístico en la conservación de las selvas tropicales colombianas que vaya más allá de las medidas convencionales. Este enfoque debe incluir la educación ambiental a todos los niveles, fomentando un cambio en la percepción pública sobre la interacción con el entorno. Comprender la importancia vital de la selva y las repercusiones devastadoras de la deforestación es crucial. Dicha conciencia podría transformar actitudes y fomentar un compromiso más robusto con la conservación.
Deben involucrarse las comunidades locales para la gestión de recursos naturales. Los conocimientos ancestrales de las comunidades indígenas sobre los ecosistemas son invaluables y su participación en la toma de decisiones promueve democráticamente prácticas sostenibles que benefician al medio ambiente.
Empoderar a estas comunidades es una estrategia eficaz de conservación y justicia social. En cualquier caso, el fortalecimiento de los sistemas de monitoreo y rendición de cuentas también es indispensable. La correcta implementación y seguimiento de las políticas y regulaciones es tan importante como su diseño, que debe basarse en los estudios sobre la salud de estos ecosistemas y el desarrollo de nuevas tecnologías que brinden soluciones para su conservación.
La necesidad de medidas audaces y resolutivas es urgente. Desde la implementación de reformas agrarias hasta el fortalecimiento de la presencia estatal en estas áreas y la lucha efectiva contra las economías ilegales, debemos responder al llamado de la selva. La crisis que enfrentamos constituye un peligro global. Es hora de actuar, no solo por el bien de Colombia, sino por el futuro de nuestro planeta.