Independencia sin Historia: Cartagena entre el Derroche y los Sueños de Faraón

Muy seguramente seré fuertemente criticado y señalado por los amantes del fiestas el desorden y los bandos y siéntanse libres de hacerlo, sin embargo no podría pasar de alto algunos acontecimientos que me llamaron poderosamente la atención en estas festividades de independencia que cada año mas hay más espuma y menos pedagogía eh historia sobre la independencia de Cartagena sin embargo hoy los protagonistas no son ni los lanceros ni el pueblo negro libre ni los independentistas si no las luces, la espuma y el despilfarro y un alcalde con ínfulas de faraón.

Cartagena parece vivir en dos dimensiones paralelas. En una, la de los discursos oficiales, la ciudad rebosa de alegría, tradición, colorido y “reactivación económica”. En la otra, la más real, la de los barrios de la periferia y las familias que sobreviven al día, la ciudad es un territorio fragmentado, golpeado por la pobreza, el desempleo, el hambre y la violencia sicarial que continúa escalando sin que el Distrito ofrezca respuestas de fondo.

En medio de esa fractura aparece cada año el espectáculo de las Fiestas de Independencia. Un ritual que nació hace más de dos siglos para recordar la victoria de 1811 sobre el poder colonial, pero que hoy, bajo la administración de Dumek Turbay, parece haberse convertido en una competencia de ostentación, tarimas faraónicas, artistas de cachet internacional, drones, luces y eventos náuticos donde los protagonistas no son la historia ni la ciudadanía, sino la marca personal del alcalde.

La ciudad del faraón

Turbay gobierna como si Cartagena fuera su corte privada y el presupuesto público, su tesoro personal. La ostentación con la que se diseñan las fiestas da la impresión de que el alcalde quisiera inscribirse en la memoria colectiva como un gran faraón urbano: dueño de la música, del espectáculo y del aplauso. Pero el dinero que gasta no es suyo. Sale del bolsillo de una ciudad con una de las tasas de pobreza más altas entre las capitales del país, una ciudad donde más del 40% de su población vive bajo la línea de pobreza y donde la informalidad laboral supera el 60%.

¿En serio ese es el lugar adecuado para gastar miles de millones en conciertos, estructuras de lujo y festivales sobre yates, como si se tratara de Miami o Dubái?

Independencia sin historia

Resulta especialmente irritante que semejante despliegue de recursos no vaya acompañado de un mínimo esfuerzo por hacer pedagogía histórica.
Las fiestas que deberían recordar el arrojo de 1811, la gesta de los Lanceros, la lucha de los barrios afrodescendientes y la compleja historia de resistencia de Cartagena han sido desplazadas por un fiesta tipo reality show, una especie de carnaval turístico donde reina el espectáculo y se exilia el contenido.

La Independencia se volvió escenografía, no memoria.
Música a todo volumen, pero silencio frente a la historia.

Una fiesta para pocos

La evidencia es contundente: solo 50.000 personas asistieron al Gran Bando, en una ciudad con más de un millón de habitantes. Es decir, el 95% de Cartagena decidió quedarse en su casa.
Ese dato debería hacer reflexionar al Distrito: ¿por qué una ciudad entera prefiere la distancia antes que sumarse a los eventos del gobierno local?
Porque la mayoría siente que estas fiestas no les pertenecen, que son espectáculos pensados desde el poder para la foto, para la vitrina, para los influencers y los allegados, pero no para la gente común.

Cartagena no se reconoce en estas celebraciones.
No se ve ni se siente allí.

La otra Cartagena: hambre, desempleo y violencia

Mientras las luces de las tarimas iluminan la bahía, la otra Cartagena —la que no aparece en los videos oficiales— enfrenta números alarmantes:
• Altas tasas de desempleo juvenil.
• Más de 240 mil cartageneros en pobreza monetaria.
• Violencia sicarial en aumento, con asesinatos selectivos cada semana.
• Barrios enteros sin agua potable o infraestructura básica.

¿Con qué autoridad moral un gobierno que no logra detener la violencia o reducir la pobreza puede justificar gastos multimillonarios en tarimas y fuegos artificiales?

Un presupuesto sin alma

Lo más grave no es el derroche, sino la lógica que lo impulsa: la creencia de que gobernar es montar espectáculos, que la legitimidad se compra con conciertos, y que el brillo de una tarima puede sustituir la necesidad urgente de inversión social.

Cartagena no necesita un faraón.
Necesita un alcalde que entienda que las fiestas pueden y deben celebrarse, sí, pero con respeto por la historia, con pedagogía, con austeridad y con un norte social claro.

Porque una ciudad donde reina la pobreza, la desigualdad y la violencia no se sostiene con tarimas, sino con políticas que devuelvan dignidad a sus habitantes.

En esta Cartagena partida, lo que se celebra con lujo lo paga la misma ciudadanía que no puede asistir. Y eso, lejos de ser independencia, es una nueva forma de sometimiento.

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