Cartagena vive una paradoja de libro: cada año bate récords de visitantes y de inversión inmobiliaria, pero varios de sus barrios históricos se están quedando sin gente del barrio. Ese proceso —mezcla de gentrificación y turistificación— reconfigura el uso del suelo, dispara los arriendos, sustituye viviendas por alojamientos temporales y erosiona el tejido comunitario.
¿De qué hablamos cuando hablamos de gentrificación?
Es el reemplazo progresivo de residentes tradicionales por hogares de mayor ingreso, empujado por alzas de precios, cambio de usos, renovación física selectiva y expectativas de rentas más altas (frecuentemente vía alquiler turístico). En Cartagena, la palanca más visible es el turismo: la concentración de hoteles y alojamientos de corta estancia en el Centro Histórico, Bocagrande, Manga, Crespo y el cordón costero ha reorientado la ciudad a una economía de servicios para visitantes. 
El caso emblemático: Getsemaní
En Getsemaní el fenómeno dejó de ser debate académico para convertirse en dato duro: un censo comunitario y académico reportó que la población raizal cayó más del 91% entre 2005 y 2025, pasando de 5.378 personas a 448 residentes en 171 hogares. El mismo ejercicio registra molestias por ruido (72,6%), alzas de precios de bienes y servicios (70,1%) y pérdida de identidad cultural (57,8%).  
La presión turística es visible en la oferta de alojamientos de corta estancia: solo en Getsemaní se listan centenares de propiedades en plataformas de alquiler, indicador indirecto de sustitución de vivienda permanente por temporal. 
Qué se está perdiendo
Más allá de la cifra, el vaciamiento significa ruptura de redes de apoyo (cuidadores informales, tiendas de barrio, economías populares), envejecimiento demográfico acelerado y una vida cotidiana crecientemente organizada para el visitante, no para el vecino. La literatura local viene advirtiéndolo desde hace años. 
Dónde más está pasando (y cómo medirlo) A falta de un “índice oficial de gentrificación”, en Cartagena podemos seguir proxies robustos:
1. Cambio del uso residencial a temporal
Un análisis de datos censales mostró que la vivienda temporal (típicamente turística) creció con fuerza entre 2005 y 2018:
• El Laguito: del 23% al 73% de viviendas temporales. • Bocagrande: del 9% al 39%. • Centro Histórico: del 8% al 23%. • Manga: del 2% al 8%.
Esto no “prueba” gentrificación por sí solo, pero sí evidencia sustitución residencial compatible con el fenómeno. 
2. Concentración turística y hotelera
La política urbana y los diagnósticos patrimoniales ubican históricamente la concentración hotelera y de servicios turísticos en Centro Histórico, Bocagrande y El Laguito, con expansión hacia Manga y Crespo. Este patrón canaliza inversión, encarece el suelo y desplaza usos residenciales estables.
3. Expansión de alquileres de corta estancia en barrios contiguos
Reportes periodísticos y de mercado señalan la llegada acelerada de alojamientos turísticos a Torices, Marbella, Canapote y Daniel Lemaitre, barrios donde el diferencial de precio y la proximidad al Centro hacen rentable el “salto” del alquiler tradicional al temporal. (Basta una búsqueda rápida en plataformas para ver la densificación de listings en esos sectores).
4. Alertas en zonas costeras populares
Estudios de caso en La Boquilla describen dinámicas de sustitución por proyectos turísticos y reconfiguración de actividades tradicionales, otra cara —costera y étnica— de la gentrificación.
¿Por qué importa?
Porque la ciudad corre el riesgo de volverse invivible para quienes la sostienen: trabajadores del turismo, cuidadores, comerciantes y arrendatarios de larga data. Una ciudad “museo” o “resort” es frágil: depende de ciclos turísticos, expulsa oficios y encarece servicios. Además, el patrimonio se vacía de sentido si se preservan muros, pero se expulsan memorias y prácticas. Los propios diagnósticos patrimoniales del Distrito han insistido en equilibrar conservación con vida comunitaria. 
Barrios con mayor intensidad reciente del fenómeno (síntesis)
• Getsemaní (Centro Histórico): despoblamiento extremo (−91% en 20 años), densidad de alquiler turístico, cambio de usos hacia comercio y restauración. Alto.
• Centro Histórico/San Diego: aumento de vivienda temporal (8%→23% entre 2005 y 2018), presión hotelera y comercial. Alto.
• El Laguito y Bocagrande: saltos fuertes en proporción de vivienda temporal (23%→73% y 9%→39% respectivamente), consolidación de oferta hotelera y de alquiler vacacional. Alto.
• Manga y Crespo: corredores de servicios y alojamiento turístico en expansión; vivienda temporal creciente aunque menor que en el eje Centro–Bocagrande. Medio–alto.
• Torices/Marbella (contiguos al Centro): rápida densificación de alquiler de corta estancia; señales tempranas de desplazamiento por diferencial de rentas. En ascenso.
• La Boquilla: presión turística y sustitución de actividades tradicionales costeras. Focal.
Qué hacer (agenda mínima)
1. Regulación inteligente del alquiler turístico: registro obligatorio, cupos por manzana, exigencia de convivencia (ruido, basuras) y zonificación que proteja bolsas de vivienda permanente. (La evidencia de Getsemaní justifica medidas urgentes).
2. Protección del residente: alivios tributarios focalizados (p. ej., predial para adultos mayores y hogares de larga residencia), fondos de arriendo social y compra de vivienda asequible en barrios en riesgo.
3. Vivienda asequible en suelo bien ubicado: cupos obligatorios de VIS/VIP en nuevos proyectos y reconversión de inmuebles públicos ociosos del Centro para vivienda permanente.
4. Gestión patrimonial con comunidad: el PEMP debe priorizar usos culturales y comunitarios vivos —no solo museísticos— y monitorear, con indicadores públicos, la proporción de vivienda temporal por barrio.
5. Datos abiertos y monitoreo continuo: publicar trimestralmente series de arriendos, ventas, licencias y registros de alojamiento por barrio, para intervenir a tiempo.
Epílogo
Cartagena no tiene que escoger entre turistas o vecinos. Debe escoger cómo quiere crecer. Si el “éxito” turístico expulsa a los getsemanicenses, invisibiliza a la Boquilla o convierte a Bocagrande en un tablero de inversión sin vida local, no es éxito: es fragilidad urbana. Gobernar la gentrificación es posible —y urgente— si se toma en serio la evidencia: Getsemaní ya tocó la alarma; otros barrios van en esa ruta. La ciudad que enamora al mundo debe volver a ser, antes que nada, hogar para su gente.