“El que se ufana de morder la mano que lo alimentó, confunde la vileza con lucidez y la deslealtad con iluminación”
En política los silencios suelen pesar más que los discursos, y en el Magdalena, sobran los ejemplos. Hoy algunos líderes salen indignados, golpeándose el pecho como si hubieran despertado de un largo letargo moral. Dicen con tono heroico que abandonan las filas de Fuerza Ciudadana porque se cansaron del “despotismo y sectarismo”. ¿En serio? ¿Hasta ahora se dieron cuenta?
Porque no nos digamos mentiras: en el Magdalena entero se sabía, se comentaba en las plazas, en las calles y hasta en las parrandas, que el estilo de Caicedo era duro, unipersonal, es más, hasta despótico si se quiere. Y aun así, estos “Autonomos que no piden permiso” permanecieron cómodamente instalados en los mejores cargos, disfrutando del poder que les regalaba el líder al que hoy crucifican. Nadie los obligó a callar. Nadie los encadenó a un escritorio. Ellos eligieron la conveniencia sobre la coherencia.
La pregunta inevitable es: ¿qué entienden estos señores por proyecto político? Porque todo indica que para ellos la palabra se reduce a tres sinónimos: silla, contrato o cargo. Mientras tuvieron asegurado un puesto en la cubierta, su lealtad era inquebrantable; aplaudían, juraban fidelidad y tejían discursos sobre la grandeza del líder. Pero ahora, cuando surge una nueva alternativa progresista en el Magdalena y Fuerza se queda sin fuerza (entre la pérdida de personería jurídica y otros tropiezos), saltan del barco con la destreza de ratas desesperadas.
No abandonan solo al capitán, abandonan la misma embarcación que los alimentó y les dio sentido. Porque su única razón de existir se limitaba a repetir, sin sonrojo, lo bueno que era Carlos y lo maravilloso que era pertenecer a Fuerza Ciudadana.
No nos vengan con cuentos de épicas morales tardías. Si realmente creían que Caicedo era un déspota, su silencio fue complicidad. Y si lo descubrieron apenas ayer, entonces su ceguera los descalifica para cualquier liderazgo serio.
Lo más patético es el guion repetido: se venden como iluminados, como si hubieran abierto los ojos al fin, como si desertar ahora los convirtiera en héroes de la coherencia. Pero no nos dejemos engañar: quien traiciona una vez, traiciona siempre. Y es fácil anticipar el futuro. Hoy reniegan de Caicedo, mañana renegarán del Pacto, y en unos años volverán a presentarse como los valientes que “rompieron con el autoritarismo”. Lo de siempre… políticos de momentos, conversos de ocasión.
La política no necesita más gimnastas de la moral. Lo que exige son líderes que comprendan que un proyecto no se mide por la suavidad del asiento que ocupan, sino por la firmeza de los principios que están dispuestos a sostener, aunque eso signifique quedarse de pie y en soledad. La política reclama, además, personas capaces de irse con dignidad; que cuando llegue el momento de disentir, no transformen su salida en un circo mediático ni en una carnicería contra aquel a quien antes defendieron con fervor. Porque hacer de la traición un espectáculo no es valentía: es la excusa torpe de quienes llegan siempre tarde a la coherencia.
Al final, lo que está en juego no es Caicedo ni siquiera el Pacto, sino la credibilidad misma de la política como herramienta de transformación. Cuando los ciudadanos ven desfilar a estos “que no piden permiso” que ayer aplaudían y hoy escupen, lo que se erosiona no es solo la imagen de un líder, sino la confianza en el discurso progresista y en cualquier proyecto que prometa cambio. Porque si los protagonistas son los mismos oportunistas que brincan de barco en barco, ¿qué diferencia hay entre la vieja política y la nueva que supuestamente encarnan?
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La coherencia no se improvisa ni se proclama en un comunicado de renuncia, en tuit o en un Podcast. Sin esa coherencia, lo único que nos queda son bufones de la conveniencia que con cada pirueta terminan desprestigiando la política y burlándose de la esperanza de la gente. Y esa es una herida más profunda que cualquier desacuerdo personal: la traición no solo es a Caicedo, es a la confianza de un pueblo que creyó en algo distinto. Menos mal nunca creí en ellos, menos mal que aún sigo sin creerles.
Cuando estos mismos desertores decidan mañana abandonar el Pacto y arremeter contra aquellos a quienes hoy adulan en tarimas y fotografías, no estaremos presenciando una revelación moral ni un acto de valentía. Será apenas la repetición de una vieja rutina: volver a morder la mano que antes los sostuvo. La política del Magdalena ya nos ha enseñado que la deslealtad suele disfrazarse de virtud y que muchos incautos, enceguecidos por el odio a un enemigo común, aplauden con entusiasmo lo que tarde o temprano también los alcanzará.
Los que hoy celebran serán, en un futuro, los nuevos Carlos Caicedo en el paredón de estos conversos de ocasión. Y llegado ese día, también me verán escribiendo lo mismo: que los traicionaron y que eso no es un acto épico que merezca felicitaciones, reconocimiento y mucho menos agradecimiento.
Atentamente un anticaicedista de verdad, un contradictor de Fuerza Ciudadana más legitimo y honesto que ustedes.