EL MONO MENTIROSO, EL MONO LLORÓN, EL MONO MANIPULADOR.

El origen del circo del Mono

En la sesión ordinaria del Concejo de Santa Marta del 23 de abril de 2025, se celebró principalmente un debate de control político sobre la situación del colector del barrio “Portal de las Avenidas” y las obras de alcantarillado que para ese sector fueron aprobadas. A dicho debate fueron citados el secretario de Hacienda Distrital y el gerente de Infraestructura, y se invitó al señor Pedro Saldarriaga como delegado de la presidencia de la Junta de Acción Comunal del barrio enunciado.

Una vez terminaron las intervenciones, la mayoría de los concejales participaron en su estilo particular, llamando la atención que el concejal Wiston Vargas propuso que se permitiera la participación de dos líderes barriales más en la sesión. La propuesta fue tramitada como una proposición, es decir, debía ser votada por la plenaria. Si la mayoría de los cabildantes votaba positivo, la intervención de los líderes comunales se validaba; si votaban negativo, tal participación sería negada.

Como un acto de descuido mental o como acto planeado, producto de su afán de atención en redes, el concejal Martínez —quien hace alarde incansable de sus dotes como político “del pueblo” y abogado— erró al votar negativo la proposición, siendo el más furibundo defensor de la intervención de los líderes comunales. Tan furibundo había sido, que acusó a los demás cabildantes de ser enemigos del pueblo si no votaban positivo, lo que muchos de sus colegas asumieron como un intento de chantaje populista, y decidieron votar negativo como muestra de resistencia a las intenciones del concejal Martínez, quien —como ya dije— en tamaña torpeza votó negativo a la participación de los miembros de la comunidad.

Al percatarse de su error, el “Mono Martínez” desató gradualmente la pataleta más infantil que no ha sido superada aún por los miles de niños de párvulo que pueda haber en Santa Marta:

Acto 2: Déjenme corregir”

como quedó al descubierto su torpeza, inició con la insistencia de que le permitieran corregir el voto, acción que está prohibida reglamentariamente y de la cual él hizo uso, cuando a otro concejal, en circunstancia pasada, que había errado en su intención del voto, le gritó: ¡No puedes cambiar el voto! Pero ya saben cómo es este señor: le encanta aplicar las restricciones, pero nunca que se le apliquen a él. Como aquel 10 de julio de 2024, cuando siendo presidente de la Comisión Tercera, ordenó el desalojo con policía del concejal José Ordóñez (el Cura).

El pataleo del Mono Martínez escaló hasta el punto de que le suspendieron el derecho a voz en la sesión, por lo que, no contento con ello, brincó de micrófono en micrófono de sus colegas, para desde ahí seguir gritando e interrumpiendo la votación.

Acto 2: Un presidente del Concejo con carácter

Afortunadamente, el señor Pedro Gómez, actual presidente de la corporación, no se dejó amedrentar por quien se cree intocable, y haciendo uso gradual de los medios que le permite el reglamento interno de la corporación, ordenó el desalojo del Mono Martínez. Este gritó herido: “¡Si no me dejan hablar, no dejaré que continúe la sesión!” y se arrojó tal cual pelaito malcriado al piso del recinto, obligando al presidente del Concejo a solicitar la presencia de la fuerza pública para que desalojaran al revoltoso de una estancia a la cual claramente no está a la altura.

Acto 3: Un mayor y unos policías con paciencia

En el piso y en la mitad del recinto yacía quien al parecer pervive en una adolescencia tardía, con apariencia de unos 48 años, pero con madurez aproximada a los 10, cantando un clásico vallenato y en aparente posición de loto —de aquellas usadas para el yoga— pero que no le sirvió para sosegar los impulsos que seguiríamos observando.

Por más de media hora, un mayor y unos valientes policías intentaron hablar con él, persuadirlo amablemente, suavizaron su voz para decirle que los acompañara afuera, que se calmara y luego podía entrar. Pero él, bajo la férrea intención de aprovecharse de su poder como concejal y al mismo tiempo venderse como víctima, gritaba que no lo tocaran porque “formaba un mierdero”, y que era un funcionario público al que no podían ponerle un dedo encima. Olvidaba él, la luz de los juristas de Occidente: que no hay dignidad en una democracia liberal que sea intocable y a la que no se le pueda aplicar la ley y la fuerza, de ser necesario.

Acto 4. No más diálogo (aprenda, Petro)

Se le invitó con cortesía por más de treinta minutos a que cumpliera la orden del presidente del Concejo y la orden de policía que había sido clara, precisa y concisa, de que “por favor saliera del recinto”. El concejal Martínez se negó categóricamente, por lo que se debía y se aplicó la fuerza para lograr el objetivo: retornar el orden y la convivencia tranquila al recinto del Concejo.

Cuando los policías de Santa Marta deberían estar persiguiendo bandidos y sicarios, y estar capturándolos o dándolos de baja, algunos de ellos se ven obligados a estar al pie del Concejo porque un elemento de dicha corporación representa un peligro para el orden y la institucionalidad: un muchacho de varios años con problemas de comportamiento.

¿Actuó bien la fuerza pública?

Totalmente, y aquí llamo la atención sobre lo siguiente: Samarios y colombianos, la policía es una autoridad, y tiene límites, es cierto, pero también facultades. Y como autoridad, si uno de sus agentes emite una orden de policía, usted debe cumplirla, sino aténgase a las consecuencias. Y una de ellas es que sobre usted se use la fuerza. Y esa facultad de los policías —que representa una limitación válida a sus derechos— se puede usar sobre todos los habitantes de este país, que por un comportamiento contrario a la convivencia se encuentren en curso en una contravención o delito. Un concejal no está excluido de esas medidas. Ello es lo hermoso de las democracias: que, en teoría, la ley nos cae a todos por igual, incluso sobre un concejal en una provincia.

Lo he dicho reiteradamente: el uso de la fuerza desplegada por los policías fue la estrictamente necesaria para lograr desalojarlo del recinto. No se observó una patada, un puño ni un golpe con la tonfa, solo una llave cuyo fin fue reducir al revoltoso para poder expulsarlo de la estancia. Llave que no resultó muy efectiva, pues el transgresor logró propinar un puñetazo a uno, una patada a otro y lanzar a otro al suelo.

Con su reprochable actuar, el Mono Martínez desacató órdenes legítimas impartidas por autoridad competente, obstaculizó la función pública del Concejo de Santa Marta, continúa afectando la imagen institucional de la corporación, violentó a servidores públicos (los policías) y calumnió sin pruebas al alcalde de Santa Marta, al presidente del Concejo y a la Policía Distrital, acusándolos de trabajar con y para los narcotraficantes.

Legalmente, a quien le vienen sanciones disciplinarias y penales es al Mono Martínez.


Manipulación de la opinión pública y posibles problemas mentales

Más allá del terreno jurídico, este episodio exhibe un patrón preocupante desde lo psicológico. Lo que vimos en el recinto del Concejo no fue simplemente una explosión de rabia, sino una conducta que recuerda al trastorno histriónico de la personalidad y al narcisismo vulnerable: sujetos que necesitan desesperadamente ser el centro de atención, incluso si eso implica fabricar conflictos, fingir victimización o distorsionar la realidad. En estos casos, el personaje se presenta como víctima heroica, aunque en verdad está ejerciendo una forma de violencia simbólica y emocional que intenta volcar la opinión pública a su favor.

Se trata de una especie de victimización manipuladora, donde quien agrede termina retratándose como agredido. Es el drama como estrategia. El escándalo como método. Y el caos como escenario.

Pero lo más preocupante no es solo el comportamiento del concejal, sino la reacción de parte de la opinión pública. La pataleta y el lloriqueo del Mono Martínez, amplificados en redes sociales, han despertado simpatías superficiales, alimentadas por el espectáculo y no por el análisis. En un país donde muchos juzgan desde el titular, el video editado o el post viral, no sorprende que haya quienes se traguen el anzuelo de una supuesta persecución. Es el triunfo del sentimentalismo por encima de la razón. El aplauso fácil para quien grita más fuerte, no para quien tiene la verdad. Esta distorsión emocional masiva —fruto de la falta de análisis, criterio y cultura jurídica en redes— solo fortalece a los oportunistas que saben cómo manipular la narrativa a su favor. Y ese es, quizás, el verdadero peligro.

Observé el video oficial completo de la sesión del mierdero del Mono, observé los videos de los presentes, hablé con testigos y categóricamente digo:

Tan gritón y tan llorón, porque no le habían puesto bien la mano en la espalda, cuando lanzó alaridos que él se percató quedaran bien registrados por el audio de su celular. De ahora en adelante hay que decirle el Mono Neymar.

Tan matoneador y tan débil. Es el principal matón de barrio del Concejo, pero no le pueden decir algo contraproducente, porque se arroja al suelo tal cual Quico a lloriquear por agresiones ficticias.

Tan impoluto y tan mentiroso. Pues se aprovecha de la tribuna del Concejo y las cámaras para lanzar acusaciones sin pruebas, ofensas personales de la peor ralea y lucir como un héroe, cuando lo que hace es instrumentalizar a las personas humildes que de buena fe creen en él, olvidando, por ejemplo, que en los escrutinios fungía como el pincher de los cacaos a quienes hoy critica, y que por mantenerlo lejos de la estrategia central de defensa de los derechos electorales de Carlos Pinedo Cuello —pues sus arrebatos descontrolados eran estúpidos y contraproducentes— decidimos colocarlo estratégicamente en la Comisión 15, para que hiciera lo que hacen los pincher, mientras quienes dirigíamos la orquesta trabajábamos metódicamente con ese tremendo equipo de abogados y voluntarios que estaban al servicio de la causa.

Por favor, analicemos con todos los recursos disponibles y démosle a cada quien lo que en su justa proporción merece; no ensalcemos a estos personajes, que al probar una pizca de poder no son más que dictadorzuelos de vereda.

Scroll al inicio