El pasado 28 de julio se celebraron elecciones presidenciales en Venezuela, un país sumido en una profunda crisis política, económica y social por décadas. Los comicios, que fueron cuestionados por la oposición y la comunidad internacional por un evidente fraude y falta de garantías, dieron como ganador al actual mandatario Nicolás Maduro, con el 68% de los votos, según el Consejo Nacional Electoral (CNE).
La legitimidad de este resultado es nula, la participación fue de apenas el 30% del padrón electoral, el más bajo de la historia democrática del país. Además, se denunciaron innumerables irregularidades, como la coacción y el soborno a los votantes, la manipulación de las actas, el uso de recursos públicos para la campaña oficialista y la inhabilitación de los principales líderes opositores.
Ante este escenario, la mayoría de los países de la región y del mundo no reconocieron el triunfo de Maduro y lo instaron a convocar nuevas elecciones libres y justas. Algunos gobiernos, como Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, anunciaron más sanciones económicas y diplomáticas contra el régimen venezolano, mientras que otros, no democráticos, como los de Rusia, China, Cuba e Irán, expresaron su respaldo al presidente reelecto.
¿Qué consecuencias tendrá este proceso electoral para Venezuela y para América Latina? En primer lugar, la situación interna del país se agravará aún más, con un aumento de la pobreza, la inflación, la escasez, la violencia y la migración. Según la ONU, más de cinco millones de venezolanos han abandonado su nación desde 2015, buscando refugio y oportunidades en otros países, especialmente Colombia, Perú, Ecuador y Brasil.
En segundo lugar, se espera que la presión internacional se intensifique, con el objetivo de propiciar una salida pacífica y negociada a la crisis. Sin embargo, las posibilidades de un diálogo entre el gobierno y la oposición son muy escasas, no hay confianza, ya que ambos sectores se acusan mutuamente de golpistas y traidores. Además, Maduro cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas, que son el principal sostén de su poder dictatorial y corrupto.
En tercer lugar, se anticipa que la polarización política se profundice en la región, con una clara división entre los países que respaldan a Maduro y los que lo rechazan. Esto podría generar tensiones y conflictos diplomáticos, así como afectar la integración y la cooperación regional. Por ejemplo, el Grupo de Lima, conformado por 14 países latinoamericanos que desconocen la reelección de Maduro, anunció que reducirá sus relaciones con Venezuela y que no permitirá el ingreso de funcionarios venezolanos a sus territorios.
En conclusión, las elecciones en Venezuela no han resuelto la crisis, sino que la han agravado y profundizado. Se trata de un problema que no solo afecta a los venezolanos, sino a toda América Latina, que debe buscar una solución pacífica, democrática y humanitaria, respetando la soberanía y la autodeterminación del pueblo venezolano.