Cuando todo va mal, es seguro que puede ir peor. Ese viejo refrán aplica completamente a la situación del país, el cambio que se quería hacer sacando por fin a los que siempre habían gobernado termino otorgándole el poder a un egocentrista, mitómano y mal administrador. Una persona que había demostrado en la alcaldía de Bogotá que no es capaz de unir ni ejecutar, sino por el contrario de dividir y tener una baja capacidad de ejecución de un plan de gobierno y del presupuesto.
En Venezuela, hace 25 años quisieron un cambio con un llamado líder revolucionario, que fue capaz de revolucionar a un país próspero económicamente y todo un continente con la mayor crisis migratoria que se pudo dar a inicios de los años 2000. Chávez, en su época quería cambiar todo para darle al pueblo lo que merecía, en palabras de Chávez la oligarquía venezolana no era el camino. Y así, fue capaz de crear una nueva constitución que lo llevó a estar en el poder hasta el día de su muerte por cáncer y que fue capaz de cimentar una estructura llena de militares en el poder y de amigos corruptos para tener hoy a un chofer del metro de caracas como presidente.
Gustavo Petro, durante toda su campaña siempre hizo alarde de que no tenía pensado modificar la constitución, que su bandera es precisamente la misma constitución que en palabras de Petro el ayudó a construir. Sin embargo, al darse cuenta que el país no funciona como se lo imaginó, en base a caprichos o sin consenso, y de no ser capaz de construir una coalición con el congreso, Petro sale a las calles del país a buscar la llamada constituyente, una caja de pandora peligrosa que ni Uribe en su mejor momento de popularidad se atrevió a abrir, y que Petro echa a rodar, aun consciente de que no lo podrá logra fácilmente pero le permite hacer campaña y dejar se gobernar, fiel a su estilo peleonero y tendencioso que lo hizo famoso como senador, pero que como presidente no le queda bien.
La desgracia venezolana comenzó con un llamado cambio, siguió con una constituyente, y los poderes que se le otorgaron a Chávez, un fenómeno como líder mundial, algo que Petro pretende imitar, un modelo marcado a no repetir y en el que muchos creíamos no podía pasar. Pero hoy, nos damos cuenta de que el modus operandos de quien llega al poder es no entregarlo, pensar que en 4 años no se cambia lo que 200 años de poder en las otras manos han dejado. Tener a su lado a una línea radical que le ayude a repetir que el problema es de antes, y que los privados son un cáncer, echarle el agua sucia a quienes dan trabajo con capitales extranjeros o nacionales, generar odios y luego sentar las bases para reelegirse, es un modelo fracasado como lo demuestra Venezuela, es un modelo que Petro pretende imitar con su llamado a constituyente, la misma que tantas veces negó que haría y que hoy parece una realidad al recorrer diferentes ciudades y universidades pregonando el llamado al pueblo para que sepan que él se hace llamar el mesías que cambiara todo.
Así empezaron a padecer en Venezuela hace 25 años, con un outsider que terminó siendo el enterrador de la economía más prospera de América latina, quien dejó como heredero al chofer del metro de Caracas y de donde hoy no se ve salida, en Venezuela no hay democracia pese a las lavadas de cara que pretende hacer el canciller Murillo y el presidente Petro, allá solo se atienen a un poder que se sustenta en no tener un opositor, porque las encuestas en un sistema electoral deprimido y coartado por el chavismo de maduro les permite seguir reinando, tal como Petro pretende en un país en el que algunos incautos creen que las cosas van bien y en el que la mayoría sabe que las cosas van muy mal.