Juventud sin poder: La hipocresía de los partidos políticos frente al relevo generacional

Entré a la política hace siete años y conocí una de sus verdades más crudas: a las y los jóvenes se nos permite hablar, pero no decidir. Estamos para figurar en las fotos, rellenar reuniones, movilizar gente, pero casi nunca para incidir de verdad. Nos convocan a espacios donde ya se acordó lo fundamental y nuestro aporte no es tenido en cuenta.

Esa exclusión la viví en carne propia, y no una sola vez. En distintos procesos fui parte de equipos donde ser joven implicaba ser útil, pero alienada de toda capacidad real de influencia decisoria. Hasta que llegué a una conclusión que me marcó: no basta con estar. Hay que incidir, disputar, transformar.

Y no soy la única que lo vive así. Jóvenes de todos los partidos enfrentan la misma realidad. Somos usados como decoración electoral. Nuestras caras sirven para decir que hay renovación, pero el poder sigue en manos de los mismos de siempre: sectores tradicionales de las militancias que algún día desafiaron el sistema y hoy temen perder protagonismo. No todos actúan así: algunos, con años de lucha, han sido aliados firmes del relevo generacional, pero esa actitud no es hegemónica entre los viejos militantes. La mayoría nos rodea, pero no suelta espacio. Nos permiten hablar, pero no votar. Todo bajo la misma cantaleta patriarcal y paternalista: “ustedes aún no están listos”.

Nos ubican en nodos, comités, redes juveniles, donde solo contamos cuando hay elecciones o cuando se necesita una movilización. Se desconoce lo esencial del Estatuto de Ciudadanía Juvenil (Ley 1885 de 2018): el derecho a participar con autonomía y con incidencia real. Esa alienación de nuestro ser político es una forma de violencia simbólica que normalizamos, pero que debemos comenzar a enfrentar.

Por eso dejé de esperar espacios y comencé a construirlos. Junto a otros jóvenes de Colombia Humana, impulsamos la conformación de 14 listas de Consejos de Juventud en el departamento, fortalecimos liderazgos en los territorios, y articulamos propuestas que no pedían permiso, sino que asumían la tarea de representar a una generación que no quiere seguir siendo relleno.

Tanto trabajo comenzó a dar frutos. Después de semanas articulando juventudes, contactando municipios y organizando desde abajo el proceso partidista, ocurrió algo que no había buscado ni esperado: en la convención departamental de la Colombia Humana, realizada el sábado 12 de julio del año en curso, los mismos representantes de los municipios, al ver el trabajo sostenido que se venía haciendo, me postularon y eligieron casi por unanimidad como delegada ante el Pacto Histórico en el departamento. No fue una concesión ni un gesto simbólico, fue el resultado concreto de la persistencia, la organización y el compromiso colectivo.

Sin embargo, a pesar de esa votación clara y legítima, el adultocentrismo no tardó en operar. Reinterpretó el alcance de la elección a posteriori, despojándola de todo piso jurídico y político: no se levantó acta, no se comunicó oficialmente ni se reconoció públicamente la decisión. Se intentó borrar lo que ya había sido dicho con contundencia: que los jóvenes no solo tenemos la capacidad de participar, sino también de liderar.

A pesar de los obstáculos, las puertas cerradas y los intentos por silenciarnos, los y las jóvenes no podemos ni debemos renunciar a la tarea histórica que nos convoca: transformar el modelo de participación, disputar el poder y dignificar la política. No basta con estar, hay que incidir; no basta con denunciar, hay que organizarse. El tiempo del relevo pasivo quedó atrás: es hora de ser protagonistas del cambio, no cuando otros lo permitan, sino cuando nosotros lo decidamos.

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