Cuando hablamos de política en el Magdalena, muchos piensan en las peleas de siempre, en los mismos nombres que llevan décadas mandando, en la corrupción, en los clanes políticos que no sueltan el poder. Pero lo que pocos mencionan es que hay una generación nueva que, aunque todavía es pequeña, está tratando de abrirse paso: los jóvenes que entran a los Consejos Municipales de Juventud (CMJ).
Y ojo, no es fácil. Ser joven y meterse en política ya es un reto en cualquier parte de Colombia, pero en el Magdalena tiene sus propias dificultades. Primero, porque la política acá está marcada por una cultura clientelista que muchas veces deja a los jóvenes en un papel decorativo. Segundo, porque existe una desconfianza general hacia la política: la gente piensa que todo es lo mismo, que “eso no sirve para nada”. Y tercero, porque los CMJ todavía son espacios muy nuevos, y a veces los mismos jóvenes no tienen claro cuál es su verdadero poder.
Aun así, vale la pena. Los CMJ no son solo un requisito bonito de la ley, son un espacio real de participación. En teoría, y también en la práctica si se aprovecha, permiten que los jóvenes tengamos voz frente a la administración municipal, que podamos proponer, vigilar y meter temas en la agenda pública. Y si bien no vamos a cambiar el Magdalena de un día para otro, sí podemos empezar a sembrar discusiones distintas: hablar de educación superior, de empleo digno, de cultura, de participación ambiental.
El primer gran reto está en lograr que los CMJ no se conviertan en réplicas de la política tradicional. Porque sería muy fácil repetir los mismos vicios: competir con odio, dividirnos en bandos y olvidarnos de las causas comunes. Pero si caemos en eso, perdemos el sentido del espacio. El desafío es entender que la política juvenil debe ser diferente: más colaborativa, más horizontal, más cercana a la gente.
Otro desafío es la formación. Muchos jóvenes entran con ganas de hacer cosas, pero sin conocer del todo cómo funcionan los presupuestos, los planes de desarrollo o los mecanismos de participación. Y ahí el riesgo es que todo quede en discursos bonitos, sin incidencia real. Por eso es clave que quienes llegamos a los CMJ busquemos capacitarnos, aliarnos con universidades, con organizaciones sociales, con otros jóvenes que ya llevan experiencia en procesos comunitarios.
Y claro, está el reto más grande de todos: que la ciudadanía nos tome en serio. Porque todavía hay adultos que ven a los CMJ como un juego de niños, como algo simbólico que no va a ninguna parte. Nos toca demostrar lo contrario, con propuestas serias, con acciones concretas, con iniciativas que la comunidad vea y diga: “eso salió de los jóvenes”. Solo así dejamos de ser un saludo a la bandera y nos convertimos en un actor político real en el Magdalena.
Al final, participar en los CMJ es un acto de rebeldía, pero de la buena: la rebeldía de no quedarse callado, de no aceptar que la política es solo para unos pocos, de creer que la voz de los jóvenes también cuenta. Y aunque el camino está lleno de obstáculos, cada vez que un joven en el Magdalena se para en un consejo municipal a decir lo que piensa, a proponer, a cuestionar, está abriendo una puerta que antes no existía.
Porque la política también es nuestra. Y los CMJ son apenas el comienzo de esa historia.