Las traiciones que no impidieron que haya atípicas 

Mientras unos compran lealtades, otros ganan batallas. En el Magdalena, los que me dieron por vencido descubrieron que hay derrotas que solo existen en sus bolsillos.

En el ruedo del poder, no todos los combates se libran en los estrados ni en las urnas. Algunos se deciden en pasillos mal iluminados, entre pactos susurrados y lealtades que se venden al peso.

Yo fui testigo —y blanco— de una de esas intrigas que se fraguan cuando la política se mezcla con la ambición. En uno de los procesos más determinante de mi carrera, (nulidad electoral de Rafael Martinez)  varios colegas, disfrazados de aliados, decidieron traicionar al cliente, al caso y a mí mismo. Habían pactado la derrota a cambio de sus beneficios; la idea era simple: que yo cargara con el fracaso mientras ellos cobraban el favor.

No contaban con que yo no sé perder cuando tengo razón, y hasta el momento, ni siquiera cuando no la tengo.

A pesar de la emboscada, de la conspiración interna y del coro de murmullos que acompañó cada audiencia, gané. Gané con el Derecho en la mano, pero también con algo que a muchos les falta: carácter.

Intentaron incluso manipular a quien hoy no tiene dudas desde el palacio de mi frontalidad —quien nada tuvo que ver con ese teatro— haciéndole creer que la responsabilidad del revés inicial era mía, si, de aquel terrible descubrimiento donde el perito que se supone era nuestro, se había vendido, pero no vendido solo.

Era una jugada de supervivencia, una mentira servida con formalidad jurídica y perfume de traición. Y aunque por un instante el engaño surtió efecto, el tiempo, siempre tan exacto, puso cada pieza en su sitio: la verdad salió a la luz y la justicia se impuso.

La victoria descolocó a más de uno. En especial al caudillo que se cree dueño de los destinos del Magdalena, ese que acostumbra confundir obediencia temerosa con lealtad y que solo respeta lo que controla. Desde entonces, no pronuncia mi nombre; prefiere los ladridos, los insultos en clave, las insinuaciones de esquina, como por ejemplo “algún día sus amiguitos dejaran de protegerlo” haciendo alusión a los políticos de derechas a quienes les he trabajado, ignorando que también me la he jugado por políticos de izquierdas, cuando me contratan claro. Pero cuando un poder que se creía absoluto ladra, es porque ha probado el sabor del miedo.

Yo no necesitaba halagos ni aplausos, solo una cosa: que el Derecho se cumpliera. Y así fue.

Porque gracias a esa victoria, el próximo 23 de noviembre, el pueblo del Magdalena volverá a las urnas. No por voluntad del caudillo, ni por concesión del poder, sino porque un abogado sin padrinos demostró que la ley sigue viva. Esas elecciones atípicas son el resultado de mi trabajo, de mi terquedad y de la convicción de que la justicia no se negocia, se impone. Y no puedo pasarlo por alto, también del trabajo de Opinión Caribe,  empresa que nunca escondió el video original del enorme error del  candidato de Fuerza Ciudadana.

He bajado  la cabeza en las victorias que llevan mi nombre como por ejemplo la de la Alcaldía de Santa Marta,  y asumí errores que no me correspondían, pero lo hice porque en este oficio la dignidad no se declama: se prueba con resultados, así hayan encorvados balbuceando triunfos que no les pertenecen, en la historia siempre serán el virrey Sebastián De Eslava y el suscrito, Blas de Lezo.

Hoy los que compran estómagos vuelven a hacer cuentas, y los que vendieron lealtades andan buscando excusas. Yo, en cambio, sigo haciendo lo que siempre hago: defender, ganar y avanzar, aunque quieran enterrarme mil veces.

Porque sí: soy el abogado que volteó la partida. Y lo hice con argumentos, con coraje y con una obstinación que ni la política ni la corrupción han podido domesticar.

Siempre he considerado que las flores echadas sobre si mismo son una trampa de la vanidad, sin embargo, en ocasiones es necesario caer en la autoreivindicacion y contar la historia no contada y sencurada, para por lo menos hacerle saber a los tartufos, que sabes lo que realmente pasó, y que eres tan paciente como una Sarracenia.

¿Y porqué a mi no me compraron? En primer lugar nunca me buscaron, y si así hubiese sido, el rechazo hacia la propuesta era indudable, y en segundo lugar, porque ante la pregunta del emperadorcito amante del botox, del porque no me llevaron, los que fungían como aliados  de este extremo y también traidores dijeron “para que, si el no sabe de electoral” , y este que no sabe de electoral, fue el que se los cargó, tanto al pagador napoleónico, al candidato imprudente y a los traidores, a quienes les espera estar de cabeza en el noveno circulo de la obra de Dante

¡De nada!

Scroll al inicio