Santa Marta, Corazón del Mundo. ¿A qué huele?

Santa Marta es más que una postal turística: es el corazón del Caribe colombiano, una ciudad que late al ritmo del trabajo de su gente. Miles de familias samarias viven del turismo —formal e informal—, un sector que representa cerca del 30% de la economía local y que, en temporada alta, sostiene hasta un 68% del empleo informal, según cifras de Cotelco y la Cámara de Comercio.

Pero en días recientes, algunos sectores han decidido reducir el debate público a un eslogan hiriente: “Santa Marta huele a mierda”. Una frase que, lejos de convertirse en herramienta de exigencia, golpea directamente a quienes menos tienen. Porque si bien es cierto que la ciudad enfrenta una grave crisis de servicios públicos, también lo es que quienes viralizan el desprestigio no son los más afectados. Los que comen con turistas o sin ellos —los que ya gobernaron o gobiernan hoy— no son quienes pierden con esas campañas. En cambio, para el vendedor ambulante, la operadora turística, la guía local o el joven que hace recorridos en bicicleta, un turista menos significa un ingreso menos. Y para muchos, eso equivale al hambre.

Esta columna no defiende una administración local. Defiende a la gente. Al que se gana la vida en la playa, en el mercado, en la moto. A esa Santa Marta que madruga, que aguanta sol, que resiste. Y que hoy encuentra en el Gobierno del presidente Gustavo Petro un respaldo real y concreto.

Desde el Gobierno Nacional se han destinado más de 31.000 millones de pesos para mejorar el sistema de alcantarillado, incluyendo la modernización de la Estación de Bombeo de Aguas Residuales (EBAR Norte). Se avanza también en la recuperación técnica y financiera de ESSMAR, para que la empresa pueda garantizar un servicio digno, eficiente y sostenible.

Pero el problema de fondo no es solo institucional. También es urbano y estructural. En esta ciudad se han entregado licencias para construir edificios de 50 apartamentos sobre redes diseñadas para casas unifamiliares. Esa es parte del origen del rebose, del desorden, del colapso. Y no lo resolverán ni las consignas vacías ni los montajes virales.

Santa Marta necesita una crítica firme, pero con propósito. Una exigencia ciudadana que construya, no que destruya. Porque estamos hablando de la vida de la gente. De su sustento. De su dignidad.

Entonces, ¿a qué huele Santa Marta?

Huele a lucha, a sal, a raspado de cola, a pescado fresco en el mercado, a coco recién abierto. Huele a una ciudad que quiere salir adelante. Huele al corazón del mundo.

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