La desarticulación entre políticas públicas y realidades territoriales agudiza la crisis de seguridad en Santa Marta, con el narcotráfico operando en corredores estratégicos como la Troncal del Caribe y el Puerto, se prioriza la imagen internacional sobre las necesidades locales.
El reciente episodio en el que el alcalde de Santa Marta aparece junto a ‘Mi Llave’ promocionando la ciudad en una feria internacional de turismo en Miami, dándole prioridad a imágenes pertenecientes a un stand de Puerto Rico, no puede ser reducido a un simple error de logística o comunicación.
Este gesto simbólicamente desafortunado, si se quiere, revela una desconexión profunda entre la narrativa que intenta construir la administración local y la dura realidad que enfrenta la ciudad. En una Santa Marta atrapada hace más de 50 años entre el sueño del desarrollo turístico y la pesadilla del narcotráfico y la violencia, este incidente es apenas una expresión más de una gestión que parece moverse con liviandad entre el populismo y la simbología vacía, mientras los problemas estructurales crecen como sombras al atardecer.
El brutal asesinato del científico italiano Alessandro Coatti —un crimen que ha puesto a Santa Marta bajo la lupa de la prensa internacional— exige algo más que recompensas ocasionales y declaraciones vagas. La respuesta institucional ha sido reactiva, superficial y claramente insuficiente frente al impacto nacional e internacional del caso.
Hay que hablar claro: Santa Marta no es solo una joya natural del Caribe colombiano; también es un enclave estratégico para el tráfico de drogas hacia Europa y Centroamérica como se evidencia en las cifras de incautación registradas durante el último año.
En ese sentido, analistas y fuentes oficiales coinciden en que el dinero producto de esta actividad dinamiza el accionar de grupos armados como el Clan del Golfo y Los Pachencas, los cuales han consolidado su control territorial en sectores claves de la Sierra Nevada y el perímetro urbano de Santa Marta, utilizando el Puerto como plataforma para exportar cocaína en cargamentos disfrazados de banano o café.
Casos como el del operativo “Perla Negra” dejaron al descubierto la penetración del crimen organizado en los eslabones portuarios y logísticos. Sin embargo, desde la administración local no se perciben iniciativas concretas para articularse con el Gobierno Nacional en una estrategia integral de seguridad y recuperación territorial. En este punto, huelga decir, que la omisión también es una forma de complicidad.
Mientras se proyecta una ciudad de ensueño para el turismo de cruceros, con cifras optimistas que celebran la llegada de miles de visitantes extranjeros, los titulares hablan de cuerpos desmembrados, disputas entre bandas armadas y desplazamientos silenciosos en la zona rural. Esta dualidad: entre la postal y la pesadilla, no solo erosiona la confianza de los ciudadanos en sus gobernantes, sino que pone en entredicho la viabilidad de cualquier modelo de desarrollo.
Ningún inversionista serio apostará a largo plazo por una ciudad cuya marca está cada vez más asociada con el narcotráfico y la violencia extrema. El alcalde ha optado por gobernar desde el marketing político, priorizando los gestos simbólicos, las giras internacionales y los anuncios optimistas. Pero mientras la ciudad aparece en ferias turísticas, la ciudadanía enfrenta una cotidianidad marcada por el miedo, la corrupción y la desprotección.
La falta de liderazgo estratégico en materia de seguridad, transparencia y recuperación del tejido social amenaza con condenar a Santa Marta a una crisis prolongada que podría convertirla en otra Buenaventura. Finalmente, es oportuno advertir, que, si no se produce un giro real en la gestión pública, anclado en la realidad y no en la propaganda, cualquier avance será ilusorio, como una fotografía bonita que esconde una ciudad herida de muerte.