La reciente reestructuración del gabinete del presidente Gustavo Petro trajo consigo cambios en los sectores administrativos colombianos, pero también una transformación en el discurso de la Administración. Esta metamorfosis es un reconocimiento tardío de que la implementación de los acuerdos de paz firmados en 2016 con las extintas FARC es la principal función y quizás el único legado que Petro podría dejar en la historia colombiana.
Desde su intervención en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Petro ha adoptado una retórica menos agresiva, abogando por la necesidad de un acuerdo nacional sobre los cambios normativos necesarios para avanzar en la implementación de los Acuerdos de La Habana. El nuevo tono es un reconocimiento implícito, ¿sincero? de que la paz, no la confrontación, es el camino para consolidar su gobierno y dejar la huella que tanto desea.
¿Será muy iluso creer que Petro, al fin, ha comprendido que su Administración será juzgada por su capacidad para cumplir con los compromisos de paz del Estado, más allá de un vacuo discurso o una narcisista propuesta de paz total? ¿Habrá roto los pactos de la picota, origen de la paz total? La inseguridad no es simplemente un asunto de pie de fuerza, sino principalmente de las transformaciones estructurales que la sociedad colombiana necesita para que el Estado tenga presencia en los territorios, se resarza a las víctimas y exista una plena igualdad de derechos básicos y oportunidades.
Sin embargo, esta comprensión llega con una Administración Nacional avanzada y, sobre todo, desgastada. Las dudas de si hay tiempo suficiente para revertir los errores cometidos y encauzar los esfuerzos hacia una implementación efectiva y sostenible de los acuerdos deben tomarse en serio por el nuevo gabinete del presidente, y la solicitud que le ha hecho a la comunidad internacional es prueba de esto.
En su discurso ante la ONU, Petro solicitó ayuda para impulsar la inversión necesaria para la ejecución de los acuerdos de paz. Admite entonces que el desorden presupuestal, la falta de organización y los errores de planificación son un obstáculo autoimpuesto que lo hacen recurrir a la ayuda de terceros Estados y organismos internacionales para salir del atolladero.
El caos en el que se encuentra el país no es meramente la consecuencia de la pandemia. ¿Acaso todos los países del mundo viven este desorden? La responsabilidad recae principalmente sobre Petro y su círculo cercano de asesores, quienes han mostrado una alarmante incapacidad para gestionar. La terquedad del presidente y su negativa a aceptar críticas constructivas han impedido que el eje central de su gobierno, la paz, se materialice. Es quizás ya demasiado tarde y el objetivo parece prestado.
La falta de autocrítica y razonamiento ha sido una constante en la administración de Petro. Su complejo narcisista, que le impide ver más allá de su propia perspectiva, ha tejido trampas que ahora lo tienen con el agua al cuello. El tiempo perdido es difícil de recuperar. La historia no juzgará su mandato por las intenciones, sino por los resultados concretos, y la implementación de los acuerdos de paz es la única vía que tiene para redimirse y asegurar su legado.