El atractivo emocional de las campañas electorales es apelar al querer del pueblo, cada uno a su manera. Tarimas en los municipios, vallenatos a todo volumen, tragos antes y después de las arengas de nuestros artistas políticos en la brega electoral, ese es el común denominador cada cuatro años.
¿Acaso eso está mal? Como ciudadano convencido de que pan y circo es la única sustancia psicoactiva que aún nos mantiene cohesionados como identidad folclórica, mi respuesta es no.
Así como en los escenarios de representación los rectores de las corrientes partidistas se divierten ejerciendo su oficio, ¿por qué nosotros, los ciudadanos, no podemos tener nuestra dosis personal? ¿Acaso nuestras emociones deben archivarse como los debates sustanciales en el Congreso, esos que muchos “señores doctores” ni siquiera se atreven a pronunciar?
No lo comparto. No lo celebro. No lo sigo.
Por eso, propongo hoy un pacto sobre lo fundamental. Desde ahora, como magdalenenses, tenemos una tabula rasa. Si el espectáculo electoral no es de su agrado, entonces ejerza el derecho al voto y proyecte lo que dice su corazón y su mente. Formule alternativas. La palabra también construye.
Hablar y expresarse libremente es el mayor triunfo que nos ha entregado esta democracia. Pero lo estamos dejando caer. Hemos soltado el estandarte de la construcción política para convertirnos en espectadores sin pasión, sin espíritu crítico. Una parvada de opinadores que viven del dolor ajeno o de incendiar conversaciones sin fondo. Ese no es nuestro rol.
Para eso ya están las bodegas: perfiles falsos que se hacen llamar influencers. No muestran la cara, pero pulen los dedos para lanzar comentarios hirientes, sin contenido, y con el descaro de apropiarse del folclor de nuestra lengua.
Puede que en el ejercicio de la escritura las manos se sincronicen con la mente, y los sentimientos tomen el teclado. Eso no es un error. Eso es lo que estamos llamados a hacer: pensar, hablar, escribir, expresar descontento, también ilusión.
¿Y a mí qué me van a dar? Reformulo: ¿y a nosotros?
Lo único que pido es una consigna. Una sola. Que cada palabra dicha por los candidatos sea honesta. Que no prometa gestión, que la cumpla. Que el lobby no sea una carrera por el puesto vacío, sino por resultados visibles.
Ciudadanos con criterio. Representantes con coraje. Un territorio que esté a la altura. Esa es la campaña que sí nos interesa.