Por estos días de gran agitación política y social, es necesario dar una pausa a los acontecimientos del día a día y regresar a los textos clásicos en busca de respuestas, que permitan dar luces sobre el acontecer político actual. Como le dijo alguna vez quien fue primer ministro británico, Winston Churchill a un estudiante estadounidense: Estudia historia, en ella se encuentra los secretos de la gobernación del Estado.
Atendiendo el consejo de Churchill, cayó en mis manos, un ensayo del pensador alemán Max Weber, llamado La Política Como Vocación, escrito en una época de gran convulsión política en Alemania, derrotada en la primera Guerra Mundial. En este escrito, Weber reflexiona sobre la complejidad de la relación entre la ética y la política
Plantea el autor que quien ejerce la política, se ve inmiscuido en una dicotomía, entre dos tipos de ética, la de la responsabilidad y la de la convicción. La primera le incumbe al gobernante, quien debe entender la complejidad de la realidad sin obsesionarse por la pureza de sus ideales y medir las consecuencias de sus actos. Mientras que la segunda, para quienes desde su posición pueden guiar su comportamiento atendiendo a rigurosas convicciones guiadas por ideales superiores.
No es que la ética de la convicción sea falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad falta de convicción, ni que una sea buena y la otra mala o sea una superior a la otra. Por el contrario, una persona a lo largo de su carrera política, puede verse incurso en una u otra, de acuerdo a la posición y contexto que se encuentre.
Esta tesis, explica en parte un fenómeno político que vive América Latina, consistente en que los lideres político que llegan al gobierno pasan de ser candidatos fuertes a gobernantes débiles. Lo que en campaña les sirvió para distanciarse de un poder deslegitimado, posiciones que los llevaron a recibir el apoyo del electorado, se transforman en debilidades a la hora de administrar la complejidad de un Estado.
La razón es muy sencilla, los líderes de oposición y candidatos, le es natural y conveniente practicar la ética de la convicción, por cuanto, sus planteamientos resultan posiciones el escenario político. Sin embargo, una vez en el gobierno, en medio de las múltiples y complejas responsabilidades y las limitaciones propias de la administración, se ven impelidos a practicar la ética de la responsabilidad, apartándolo muchas veces de antiguas posiciones, pasando de candidato fuerte a gobernante débil. Como dijo el exministro Alejandro Gaviria en su libro La Explosión Controlada: Los políticos exitosos, siempre encuentran su merecido castigo. Les toca gobernar y por lo tanto defraudar
La mayoría de actuales gobernantes de América Latina, ganaron desafiando el poder establecido, despertando grandes expectativas en sociedades desesperadas, proponiendo soluciones a viejos problemas. Sin embargo, al convertirse en gobernantes de la institucionalidad que criticaron, encuentran que mantener muchas posiciones extremas de cambio, que cómodamente promovieron en campañas, seria al menos irresponsable matenerlas la hora de gobernar.
Un buen ejemplo, en el caso del actual presidente chileno Gabriel Boric, quien como diputado se opuso al uso de la fuerza del Estado para controlar la violencia generada en el sur del país, así como también apoyó el retiro de fondos pensionales, para hacer frente a la crisis generada por la pandemia. No obstante, una vez investido como presidente, extendió el estado de excepción para que la fuerza armada sigan enfrentando la violencia, así como también rechazó la posibilidad de seguir con los retiros anticipados de las pensiones.
Aquí vemos como un líder pasó de practicar la ética de la convicción a la ética de la responsabilidad. Este comportamiento no es una renuncia a sus convicciones, sino que es la manifestación de la responsabilidad que implica dirigir el Estado, donde el político debe encontrar el equilibro, para que, sin dejar de promover los cambios emprendidos, tomar decisiones que por compromiso corresponde.
Como ejemplo contrario, se puede citar la anécdota del ex magistrado y ex presidente de la Corte Constitucional de Colombia, Carlos Gaviria Díaz, quien en el año 2013 fue invitado por el Presidente de Ecuador Rafael Correa, a ser parte de la Comisión Para la Auditoria de los Tratados de Protección de inversiones y del Sistema de Arbitraje Internacional. Dicho organismo estaría integrado por personalidades de por de alto nivel de diferentes países de Latinoamérica, a lo que Gaviria Díaz aceptó.
Sin embargo, cuando el exmagistrado advirtió que las recomendaciones hechas por la comisión, no eran ni siquiera consideradas por el Presidente Correa, quien para el año 2014 se embarcó a negociar un TLC con la Unión Europea, sin atender nada de los estudios técnicos hechos por la comisión, Gaviria Díaz decidió renunciar manifestándole al mandatario ecuatoriano lo siguiente: “Entiendo perfectamente la situación que usted enfrenta señor presidente, pero la mía es diferente. Usted debe actuar conforme a sus responsabilidades que es lo que le incumbe como gobernante. Yo en cambio no tengo esas funciones y puedo seguir actuando según mis convicciones que es lo que ha guiado mi comportamiento por muchos años”
Este es un digno ejemplo, de cómo quien, desde la academia, puede sin problemas, practicar la ética de la convicción. Pero para este personaje no siempre fue así, porque también llego a ocupar un gran cargo en el Estado, y por lo tanto también le tocó aplicar la ética de la responsabilidad.
Fue Magistrado de la primera Corte Constitucional entre 1993 y 2001, la cual presidió desde 1996. En el año 2000, fue de los autores del fallo que indexaba los salarios de los servidores públicos en Colombia, el cual buscaba para garantizar el derecho al salario digno de más de un millón doscientos mil funcionarios que tenia el Estado para entonces.
Sin embargo, ante el costo fiscal generado, en medio de la crisis económica de finales de los años noventa, atender dicha carga llevaría al Estado a incumplir el pago de la deuda, lo que generaría mayores costos de endeudamiento, y encarecimiento de recursos del presupuesto para garantizar otros derechos.
Después de una reunión con el Ministro de Hacienda de ese entonces, Juan Manuel Santos, el mismo Gaviria, lideró la reversión del fallo, por las afectaciones que generaría en el cumplimiento de los derechos al largo plazo. Y el nuevo pronunciamiento que hizo la Corte se exhortó al Gobierno y Congreso a buscar la forma para evitar que las leyes y sentencias se tomen decisiones que a la impacten las finanzas al punto que larga lleven a la vulneración de los derechos de los colombianos. Años después, Juan Manuel Santos ya como Presidente de la República llevó al Congreso el acto legislativo que creó el principio constitucional de responsabilidad fiscal.
Atendiendo a la descrita dicotomía weberiana, resulta no menos importante mencionar el caso del presidente Gustavo Petro, quien no cabe duda que tiene una vasta formación ideológica, así como una profunda convicción por ideales superiores, humanistas si se quiere. Sin embargo, tal parece que no ha entendido del todo la responsabilidad que hoy asume, en un cargo, donde hasta por un gesto, puede desencadenar reacciones en mercados e instituciones a nivel mundial, que impactan la vida de millones de seres.
Y en un hecho conocido que es un activista de la red social X (antes twitter), a través de donde realiza debates políticos, sienta posiciones sobre acontecimientos, da órdenes de gobierno e incluso ejerce la política diplomática colombiana, promoviendo sus ideas y convicciones, sin medir las consecuencias.
Aquí no trato de atacar sus convicciones, las cuales muchas de ellas comparto, como la urgencia de la transición energética para detener el cambio climático y salvar la vida en el planeta, la búsqueda de la pacificación del país a través de la negociación política, la implementación de reformas que buscan aminorar las desigualdades en uno de los países con mayor concentración de la riqueza, y el rechazo por el genocidio que el Estado de Israel aplica sobre Palestina.
Sin embargo, como Jefe de Estado, jefe de gobierno y suprema autoridad administrativa, debe moderar sus manifestaciones, toda vez que, hay cosas que, aunque en parte sean ciertas, en determinados contextos pueden ser políticamente incorrecta decirlas y más si se habla a nombre de un Estado. Por ejemplo, la odiosa comparación de lo que ocurre en Gaza, con el Holocausto Nazi, que ha generado muchas incomodidades internacionales innecesarias.
Por lo que, el presidente Petro le corresponde entender que sin dejar sus convicciones y de promover sus reformas, debe practicar la ética de la responsabilidad y moderar sus pronunciamientos por la red social X. Es el Jefe de Estado y ello implica responsabilidad, tal como fue descrito por Weber a principios de Siglo XX.