Tras más de 100 años de olvido, la nueva vía Plato-Tenerife rompió el aislamiento del corregimiento de San Luis Beltrán. Pero el verdadero progreso exige mucho más: distritos de riego, formación agropecuaria, asistencia constante, acceso a mercados y oportunidades para que los jóvenes regresen al campo con dignidad. Esta columna recoge las cifras, las voces y los sueños de un territorio que, si se cultiva con voluntad política, está listo para convertirse en motor de desarrollo rural en el corazón del Magdalena.
Hay documentos oficiales que llegan como confirmaciones tardías de lo que uno siempre supo. El Atlas de Suelos del Magdalena entregado por el IGAC es uno de esos estudios que ratifican con rigor técnico lo que los campesinos de San Luis Beltrán han repetido con sabiduría ancestral por más de 100 años: esta tierra es fértil, generosa, pródiga. Aquí se puede cosechar el futuro si se siembra con sentido.
Desde mi mirada como periodista, abogado y, sobre todo, hijo de este territorio, veo en ese atlas una oportunidad histórica que no podemos seguir posponiendo. La información técnica es contundente: el Magdalena tiene vocación agrícola, suelos aptos para cultivos estratégicos, y condiciones edafoclimáticas privilegiadas. Pero en el caso de San Luis Beltrán, esa vocación sigue sepultada bajo capas de olvido institucional, promesas incumplidas, políticos corruptos y ausencia total de inversión.
El Plan de Desarrollo de Tenerife 2024-2027 lo dice sin ambigüedad: más del 90% del Producto Interno Bruto (PIB) municipal depende del sector agropecuario. Es decir, vivimos de la agricultura, la ganadería y la pesca, y aún así, sembramos con herramientas rudimentarias, sin fertilización adecuada ni insumos certificados. La contradicción es evidente: mientras el mismo Plan documenta que pese a que la economía del corregimiento se mueve en un 90% por dos actividades -agricultura y pesca-, no cuenta esta población con programas y proyectos que fortalezcan el campo y garanticen la distribución de su producción. Esta realidad resume décadas de desconexión entre diagnóstico y acción. La tierra responde, claro.
De hecho, según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA), los cinco cultivos con mayor producción en Tenerife son la yuca (4.860 toneladas al año), el maíz, la ahuyama, la batata y el ñame. Pero el rendimiento es desigual y podría multiplicarse por cinco y hasta 10 con solo asegurar acompañamiento técnico constante, semillas certificadas y bioinsumos accesibles.
La pavimentación de la vía Plato-Tenerife es sin duda alguna el avance más importante del último tiempo: abrió una trocha de concreto entre el aislamiento y la posibilidad. Pero el desarrollo no viaja solo por asfalto, se necesita una conectividad más profunda que una la producción con los mercados, el conocimiento con el territorio y la política pública con la realidad rural. La incoherencia es evidente: mientras celebramos la pavimentación de la vía principal, el mismo Plan de Desarrollo 2024-2027 documenta que el corregimiento no tiene vías internas pavimentadas, que la mayoría se encuentran deterioradas debido al tipo de suelo, convirtiendo algunas en lodazales intransitables.
Paradójicamente, la realidad más hiriente de San Luis Beltrán es su geografía. Estamos rodeados por el río Magdalena y la ciénaga de Zura -y el propio documento oficial reconoce que Tenerife es uno de los municipios del Magdalena con más cuerpos cenagosos-, pero seguimos orando y cuando no, llorando por la lluvia. Nuestros cultivos dependen del azar climático, mientras el potencial para producir arroz, sorgo, soya, plátano, frutales de todo tipo y hasta café si hay un productor arriesgado, espera, agazapado, una inversión en distritos de riego comunitarios, participativos y sostenibles. Así lo recomienda el Plan de Desarrollo de Tenerife y lo exige la urgencia del presente.
La realidad es más compleja de lo que parece: según el Plan de Desarrollo, el sector se ha visto afectado fuertemente por inundaciones que han disminuido sustancialmente las condiciones sociales de los habitantes. Existe un muro de contención insuficiente para contrarrestar los altos niveles del Río Magdalena en épocas de invierno, lo que convierte cada temporada de lluvias en una amenaza directa para la productividad agrícola.
La pesca y la ganadería, que suelen mencionarse de pasada, aquí también son sustento. La Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria (UMATA) estima que hay al menos 250 familias viven de la pesca artesanal en las ciénagas de Tapegua, El Morro y Zura, lo que representa entre 1.500 y 2.000 personas que llevan el pan a su casa gracias al agua. La mayoría de la pesca es para el autoconsumo, pero una parte se vende al borde del camino, sin cadena de frío, sin empaque, sin valor agregado. En lo que respecta al levante bovino, se registran más de 45.000 cabezas destinadas básicamente a la producción de leche y derivados lácteos.
Ese mismo Plan de Desarrollo reconoce que el 90% de nuestra economía depende de la agricultura, no obstante, todavía hoy, se siembra con semillas informales, sin fertilización adecuada y herramientas rudimentarias. La asistencia especializada llega como taller o como visita fugaz para la foto que agranda las evidencias que acompañan las cuentas de cobro, cuando debería ser presencia constante, respetuosa del saber campesino y construida con él.
Aquí y me incluyo, no pedimos milagros, sino lógica: si el Estado invierte en un fondo público-comunitario para insumos -semillas certificadas, bioinsumos, sistemas de almacenamiento-, la productividad se dispararía y la dependencia de los intermediarios disminuiría. Y si se fortalecieran las cadenas de comercialización con enfoque territorial, podríamos dejar de vender la yuca o el pescado al borde del camino, al ritmo del avivato, y empezar a posicionar nuestros productos con marca, empaque y trazabilidad en mercados regionales o institucionales, como el Programa de Alimentación Escolar (PAE).
Hay otro factor que ni el atlas ni el concreto pueden medir, pero que tiene un valor incalculable: nuestra juventud. En los últimos 10 años al menos 300 jóvenes de San Luis han ingresado a la educación superior para formarse en distintas áreas y son ellos los llamados a liderar esta transformación desde adentro. Los 300 jóvenes que han ingresado a la educación superior en los últimos 10 años no solo buscan formación, huyen también de una realidad documentada oficialmente: el incremento del consumo de sustancias psicoactivas, especialmente entre jóvenes, ante la falta de control sobre el microtráfico y la ausencia de programas que fortalezcan el campo como alternativa de vida digna.
Y no estamos empezando de cero: el municipio cuenta con tres instituciones educativas con especialidad agropecuaria, y en 2024 se reactivó el Consejo Municipal de Desarrollo Rural, con representación de campesinos, pescadores, ganaderos y agricultores. Pero para que esos jóvenes regresen, necesitamos que existan proyectos reales, empleos dignos y espacios donde su voz y sus ideas tengan lugar.
Claramente, no se trata de convertir a San Luis en un polo de desarrollo por decreto, la idea es articular de manera coherente y sostenible, cinco ejes fundamentales: riego, asistencia técnica, infraestructura de acopio, comercialización y participación juvenil. Todo esto, sostenido en políticas públicas con presupuesto, cronograma y evaluación. Que los diagnósticos dejen de repetirse y empiecen por fin a ejecutarse.
El turismo rural y cultural, muy en boga, también puede ser un complemento vital. Nuestro paisaje, nuestra oralidad, nuestra gastronomía, nuestras faenas de pesca o siembra tienen un valor que no se ha entendido del todo y que puede funcionar. Pero no basta con voluntad, se necesita formación, ordenamiento, señalización, campañas de promoción, reglas claras y participación comunitaria.
Los datos contenidos en el Atlas de Suelos y el Plan de Desarrollo 2024-2027 de Tenerife, no son solo elementos fundamentales de los citados documentos técnicos, sino una hoja de ruta clara. Nos dicen qué se puede sembrar, dónde, cómo y con qué impacto. Ahora, lo que falta es lo más difícil: voluntad política, es decir, que el alcalde de Tenerife, el gobernador del Magdalena y los congresistas de la región comprendan que el desarrollo rural no es una obligación moral, sino una apuesta estratégica para el futuro del departamento.
Desde la distancia, veo la oportunidad que no se nos puede escapar: la carretera ya está, los estudios de suelos también, los jóvenes cada vez más formados y mercados nacionales e internacionales esperando.
¡El momento es ahora, la ciencia lo confirma!