Como humanidad, la paz es un anhelo, una utopía que para lograrla requiere de cada uno de nosotros, el mínimo de respeto por la vida del otro. La paz es un compromiso que debe garantizársele a quienes viven en una sociedad y requiere de unos mínimos de seguridad, estado social y de infraestructura para ejercer la justicia y defender los derechos de cada uno de los miembros que la conforman.
A lo largo de la historia, la paz se ha quedado solo en eso, en discursos y promesas, pues siempre se ha visto secuestrada, ultrajada e incluso violentada por los intereses egoístas de quienes se hacen llamar gestores de la paz. La paz se ha vuelto entonces, una máscara para esconder los intereses de quienes han vivido de la guerra, del dolor y el sufrimiento de otros, de los intereses de quienes se aprovechan y, desde sus privilegios, pretenden representar a un universo de personas que no conocen, no entienden y mucho menos sienten lo que ellas sienten, porque no son parte.
Por eso es imposible lograr la paz mientras los intereses mezquinos sean la verdadera agenda de quienes, gracias a sus privilegios y posiciones clientelistas y politiqueras, logran llegar a los espacios desde donde se construye, o por lo menos debería construirse, las verdaderas agendas de paz por el territorio.
Escenarios como el Consejo Territorial para la Paz, la Convivencia y la Reconciliación de Santa Marta, y en general de todo el país, debieron blindarse desde su concepción de estos intereses particularistas, mezquinos y agendas politiqueras electorales, de estas agendas precoces y efímeras como es la de aspirar a un cargo de elección popular. Escenarios como este debieron estar destinados a ser integrados por verdaderos gestores de paz, por verdaderos líderes que han entregado su vida a la construcción de diálogos, escenarios de reconciliación y construcción de paz. Por el contrario, se llenó desde su liderazgo de deseos banales de protagonismo y prematuras aspiraciones. Se volvió incluso la segunda oportunidad para aquellos que fracasaron rotundamente en las pasadas elecciones de 2023. Qué triste que el Consejo de Paz de Santa Marta se haya vuelto la plataforma de relanzamiento de más de una quemada y reencauchado aspiración política.
Debo aclarar que no son todos los miembros, la generalización, aunque injusta, es perceptible de tal manera, pues los que han construido la paz genuinamente han sido silenciados por el protagonismo feroz de quienes pretenden trepar a toda costa a los escenarios de elección popular que no pudieron ganar el año pasado.
Espero y anhelo que las mayorías genuinas que conforman este Consejo Territorial para la Paz, la Convivencia y la Reconciliación de Santa Marta, sean las que mayor peso tengan en la deliberación de las acciones, programas y proyectos que se le presentarán al alcalde de Santa Marta para la construcción de una paz estable y duradera en el distrito, y no se dejen permear de esas agendas de unos pocos que no tienen otro fin que la exaltación de su propia imagen. Espero el Alcalde pueda interpretar y entender esta realidad, y no se deje meter “Un Gol”, tome acciones preventivas y correctivas, pues es tiempo que su gabinete comience a actuar como tal.
Mientras esos escenarios estén plagados de intereses mezquinos, individualistas y politiqueros, la paz será solo será un discurso, con el que buscan allanar el camino a quienes pretenden despiadadamente, de espaldas a las necesidades de las víctimas, construir su plataforma para el estrellato político electoral de 2026 y 2027.
Cierro esta columna con una frase poderosa de Mahatma Gandhi: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”, invitándolos a ser coherentes entre el fondo y las formas de como hacen las cosas.
Pdta.: Por estos días opinar es difícil, pero más difícil es guardar silencio.