LA GUERRA DE LAS NARRATIVAS.

Si hay una sociedad que pareciera ser violenta para la eternidad es la colombiana, nos resistimos a creer que es así. Lo cierto, es que hoy por hoy la guerra ya no es solo por el narcotráfico y a las balas, hoy existe una guerra que corrompe cada vez más a la sociedad, que genera odios, que ciega y vuelve fanáticos a mucha gente, me refiero a la Guerra de las Narrativas.

Para muchos políticos, movimientos y partidos, existe una sociedad ignorante a la cual deben sacarle provecho, tenerlos marginados del conocimiento y las realidades para al final captar su apoyo en muchos sentidos, y por supuesto, tener sus votos.

Hoy, hay una lucha permanente y desmedida sobre la narrativa. Hoy parece que es un valor agregado tener una narrativa política superior y más notable que los demás, no importa que sea sobre hechos falsos, lo que importa es lograr enquistar en la mente de la gente, las creencias y conveniencias que pregonan determinado grupo político.

Quien gane la narrativa gana la mente de la gente y se asegura inyectarle permanentemente información a su acomodo para hacerle caminar hacia el destino que pretenden. Y aquí viene lo peligroso, otro término utilizado en los últimos tiempos: instrumentalizar: que no es otra cosa que utilizar a una persona como un instrumento para lograr algo.

Las redes sociales sin duda, se han convertido en un mecanismo que instrumentaliza la narrativa, ante una ciudadanía poco formada, que es sensible a la manipulación. Las redes, un elemento que en su esplendor debe ser usado para formar y educar, muchos lo usan para destruir.

Desde lo político, la narrativa no es más que contar historias enmarcadas en el ambiente y la cultura que rodea al sistema político. Lo correcto sería contarlas dentro de las realidades, desde las propuestas, los programas, el ambiente real del sistema, el qué, el cómo y el dónde.

Lo incorrecto y lo perverso es contarlas desde el imaginario de un político, a su imagen y semejanza, y por su puesto a su conveniencia. La realidad es que cada quien toma de ese sistema político lo que le conviene para contarlo a su manera dentro de una narrativa que lleva inmersa mucha psicología, sociología y dominio de la mente.

La mente humana con poca educación, poco carácter y algunas obligadas, son flexibles a ser invadidas por el fanatismo, el sesgo, y el adoctrinamiento propio de los extremos políticos.

Cuando se acercan unas elecciones, históricamente muchos sectores se preparan para aceitar las maquinarias, el clientelismo y las prevendas, lo cual durante mucho tiempo ha generado victorias para quienes las usan. Se sueña con que la opinión pueda ganarle a la maquinaria, y se sueña con una ciudadanía pensante y critica que ejerza su voto a partir de sus convicciones, de las propuestas, programas de los candidatos, y de algo de lo que pocos políticos gozan: La coherencia.

La coherencia alimenta el pensamiento crítico y no admite fanatismos, por el contrario, parte de criterios para razonar sobre realidades sociales, sobre ideas, planes bien hilados y pensamientos políticos objetivos. Se deben generar convicciones y apegos políticos por las ideas y no sobre individuos.

Requerimos coherencia en la Política, bienvenidas las narrativas si se cuentan por quienes tienen conductas acordes a los idearios que dice representar, basados en veradades. Hoy, desafortunadamente, en la guerra de las narrativas mucho se habla de imaginarios colectivos perversos y no de contenidos serios y argumentados, por tanto, generan una falsa opinión que carece de la convicción de cada ciudadano.

Esta vez, cuando se hable de elecciones, espero que se hable del cómo, el que, el cuándo y el dónde se resolverán los problemas del territorio, en educación, servicios públicos, viviendas, empleo, vías, cultura, salud y deporte. Las propuestas al aire, infundadas sin saber los tiempos y fuentes de financiación para materializarla, seguirán siendo narrativas populistas.

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