El alcalde Pinedo prometió ruptura con el continuismo, pero lo que ha prevalecido es la continuidad de la inacción. Los mismos vicios, la misma demora en las decisiones estratégicas, la misma retórica que no se traduce en obras. La administración actual no ha entregado una sola intervención de alto impacto ni ha demostrado capacidad de ejecución frente a los desafíos más urgentes.
Han pasado 17 meses desde que Carlos Pinedo Cuello asumió la Alcaldía de Santa Marta, investido con la promesa de romper con el continuismo y transformar la gestión pública local bastante golpeada por escándalos de corrupción que tienen en la palestra a varios de sus antecesores. Sin embargo, la ciudad permanece atrapada en un estado de inacción institucional y desconcierto ciudadano.
La brecha entre las promesas de campaña y los hechos concretos se ha ensanchado con el paso de los meses, y la administración actual no ha logrado articular un proyecto de gobierno con resultados visibles y sostenibles. No se trata de una acusación ligera, sino de una constatación empírica: en año y medio de gestión, no se ha entregado una sola obra pública de gran impacto ni se ha consolidado una estrategia clara para superar los cuellos de botella en sectores críticos como la movilidad, la seguridad y el desarrollo económico.
Durante la contienda electoral, el alcalde Pinedo se comprometió a liderar una administración distinta, con enfoque técnico y capacidad de ejecución. No obstante, el ejercicio de gobierno ha estado marcado por la pasividad, dilación de decisiones fundamentales y un lenguaje institucional centrado más en justificar carencias que en asumir responsabilidades. La gobernabilidad no puede reducirse a comunicados de prensa ni a protocolos sin efectos tangibles.
Santa Marta, dada su realidad, necesita dirección, no solo presencia, discursos o agasajos. La ciudad demanda un liderazgo que trascienda la retórica y se traduzca en acciones concretas, especialmente en un contexto donde la inseguridad asociada al narcotráfico se exacerba, el deterioro de la infraestructura apremia acciones urgentes y la precariedad de los servicios públicos son parte del día a día de miles de ciudadanos.
En ese sentido, coincidirán conmigo quienes me leen, que uno de los aspectos más preocupantes es la falta de planificación estratégica. La administración cuenta con recursos, equipos técnicos y diagnósticos suficientes para intervenir sectores clave. Sin embargo, se conforma con el ensalzamiento de la vía en la entrada al aeropuerto y la inauguración de obras inconclusas de gobiernos anteriores.
Lo que ha faltado es liderazgo efectivo, seguimiento riguroso y, sobre todo, voluntad política: mientras en Cartagena invierten 1.4 billones en el aeropuerto, Pinedo y su equipo se conforman con un poco más de $70.000 millones para ampliar la cafetería y obras menores que no impactan en la operación, o muestran como gran gestión dinero para una Ebar, cuando la realidad del Distrito y el cambio climático demandan una Ptar. La ciudad no puede seguir siendo víctima de la retórica ni resignarse a gobiernos que gestionan en modo reactivo, sin metas medibles ni evaluación de resultados.
El reto de gobernar un ente territorial tan complejo implica y exige mucho más que administrar el día a día y posar para la foto en redes. Santa Marta enfrenta desafíos urgentes: deficiencias en la infraestructura, inseguridad creciente, narcotráfico, baja calidad educativa, rezagos en los servicios públicos, deterioro ambiental, informalidad laboral excesiva y una crisis de confianza en las instituciones. Ignorar esta realidad o minimizarla desde el poder local y la Oficina de Comunicaciones es irresponsable.
Resulta inquietante en este punto ver cómo las prioridades se confunden en medio de la rutina administrativa y los cálculos políticos de corto plazo: a pesar de los múltiples llamados de atención de la ciudadanía y de los sectores productivos, la administración persiste en una agenda sin ambición, centrada en la gestión de lo cotidiano y en la administración de la escasez.
La ciudad requiere una visión de futuro, una hoja de ruta clara y una gestión orientada a resultados. El deterioro de la infraestructura vial, la precariedad de los servicios públicos y la inseguridad creciente no son fenómenos nuevos, pero su agravamiento en los últimos meses es innegable. Los retrasos en la ejecución de obras públicas, la falta de mantenimiento de espacios urbanos y la ausencia de estrategias integrales para enfrentar la criminalidad han generado un clima de frustración y escepticismo.
Amilanada por la delincuencia, la ciudadanía observa, con razón, que el tiempo institucional se dilapida, mientras los problemas reales se agravan. El alcalde Pinedo aún tiene la oportunidad de corregir el rumbo, pero el margen de maniobra se reduce con cada día que pasa sin decisiones valerosas ni resultados concretos. Gobernar es, en esencia, transformar. Y transformar implica actuar.
Indefectiblemente, la historia juzgará este periodo no por el número de comunicados emitidos ni por la cantidad de reuniones sostenidas, sino por la capacidad -o la incapacidad- de ofrecer soluciones a los problemas reales de la ciudadanía. El tiempo institucional no es infinito, y cuando se malgasta, las consecuencias las paga la ciudad en su conjunto, pero, mucho más, los sectores vulnerables. Santa Marta no puede resignarse a la mediocridad administrativa ni a la gestión de la rutina.