Hipercomunicación y enjambre digital

Inspirado en el ensayo “En el enjambre” de Byung-Chul Han

Nunca hemos comunicado tanto, y sin embargo nunca nos hemos sentido tan poco escuchados. La paradoja de la era digital es brutal: nos prometieron comunidad y nos entregaron aislamiento; nos hablaron de conexión y nos dejaron ante un espejo interminable. Como una metáfora biopolítica exacta, Byung-Chul Han propone en su ensayo En el enjambre que no estamos asistiendo a una evolución de la sociedad, sino a su descomposición en una nube de partículas: lo que antes era un pueblo o una masa, ahora se ha disuelto en un enjambre.

En el enjambre no hay centro ni periferia, no hay relato común ni proyecto colectivo. Solo hay impulsos individuales, voces dispersas, mensajes solitarios que zumban sin encontrarse. Ya no compartimos un espacio simbólico; solo ocupamos la misma nube de datos. El enjambre no construye comunidad, porque carece de la dimensión del otro. Donde no hay diferencia, no puede haber diálogo. Y donde no hay escucha, no puede haber comprensión.

El sujeto moderno, tal como se entendía desde la Ilustración —autónomo, capaz de juicio y acción ética— está siendo reemplazado por un usuario. El usuario no piensa: opina. No se demora: reacciona. No habita el mundo: lo consume. La subjetividad ya no se forma en la experiencia compartida, sino en la exposición permanente. La vida se transforma en contenido; el yo, en perfil; la existencia, en tráfico digital.

La cultura de la inmediatez ha desterrado la demora, la pausa, el silencio. Todo debe ser dicho, visto, compartido. La transparencia se ha convertido en un mandato moral. Pero la transparencia, lejos de favorecer la confianza o la honestidad, aniquila el misterio, la complejidad y la profundidad. Lo transparente no permite el tiempo ni la ambigüedad que necesita el pensamiento. Todo debe ser plano, directo, visible. Pero lo verdaderamente humano exige opacidad, exige pliegues, exige lo no dicho.

La comunicación digital ha trivializado la palabra. El lenguaje, en lugar de abrir mundos, se ha reducido a reacciones inmediatas, a signos intercambiables, a frases hechas. El pensamiento se empobrece cuando se reduce a un tuit. El lenguaje se convierte en herramienta de marketing, no en medio de verdad. ¿Cómo puede pensarse la verdad si el tiempo de la reflexión ha sido abolido por la lógica de la atención inmediata?

En el enjambre, ya no hay un “otro” con quien dialogar, sino un público que debe ser cautivado. La relación humana se sustituye por una interacción instrumental. No se busca comprender al otro, sino ganar su “like”. Ya no importan las ideas, sino la visibilidad. El otro se convierte en una métrica. La alteridad, en una amenaza al algoritmo.

Han señala que el poder hoy no se ejerce mediante la represión, sino mediante la seducción. El poder nos invita a mostrarnos, a producir contenido, a ser visibles. Ya no necesitamos ser vigilados: nosotros mismos nos exponemos. Lo que parecía libertad —poder decirlo todo, mostrarlo todo— se revela como esclavitud. La libertad sin forma se transforma en compulsión.

Y es que no estamos sometidos por la censura, sino por la hipercomunicación. Ya no existe el gesto heroico de resistir al poder; existe la ansiedad de no ser visto, de no tener seguidores, de no figurar. Vivimos bajo la dictadura del reconocimiento instantáneo. Pero lo que se reconoce no es la persona, sino su huella digital. El yo real queda sepultado bajo la máscara algorítmica.

La lógica del enjambre digital ha colonizado todos los espacios: la política, el arte, la intimidad. En la política, se sustituye el argumento por el espectáculo. En el arte, la provocación sustituye a la obra. En la intimidad, el cuerpo se convierte en interfaz. La vida, en lugar de ser habitada, se vuelve gestionada.

¿Qué queda entonces del sujeto? ¿Qué queda del pensamiento? ¿Qué queda de lo humano cuando se lo reduce a su rendimiento digital? Han no propone nostalgia, sino crítica. No se trata de volver a una era anterior, sino de abrir espacios de resistencia. Y esa resistencia comienza por recuperar el silencio, el tiempo, el cuerpo, el rostro.

En un mundo donde todo debe ser visible, el derecho a la invisibilidad es revolucionario. En un mundo donde todo debe ser dicho, el silencio es acto ético. En un mundo donde todo debe ser compartido, lo íntimo se vuelve sagrado.

En el enjambre, más que un ensayo, es una advertencia: la tecnología no es neutral. La forma de comunicar determina la forma de vivir. Y si no somos capaces de recuperar la palabra, el tiempo y la presencia, estaremos condenados a desaparecer entre los zumbidos de un enjambre cada vez más ensordecedor.

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