En Infocracia: Digitalización y la crisis de la democracia, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han disecciona uno de los problemas más urgentes de nuestra era: la transformación del poder político en el contexto de la digitalización. Su tesis central es inquietante pero convincente: la democracia tradicional está siendo sustituida por una nueva forma de dominación basada en el control de la información. Ya no es el totalitarismo clásico ni la vigilancia estatal el principal mecanismo de control, sino un sistema más insidioso y sutil: la infocracia, un régimen en el que la sobreabundancia de información, lejos de empoderar al ciudadano, lo somete.
La infocracia se diferencia de otras formas de gobierno porque no necesita recurrir a la represión física o la censura directa. En su lugar, opera manipulando la percepción de la realidad a través de flujos constantes de datos que, lejos de iluminar, confunden y fragmentan. Las redes sociales, los algoritmos y la inteligencia artificial no solo filtran la información que consumimos, sino que moldean la manera en que pensamos y decidimos. En este panorama, la deliberación racional, fundamento esencial de la democracia, se ve desplazada por la velocidad, la emocionalidad y la viralidad.
Del Poder Disciplinario a la Psicopolítica Digital
Uno de los conceptos clave en la obra de Han es la transición de la biopolítica al dominio de la psicopolítica. Inspirado en Michel Foucault, Han argumenta que mientras el poder disciplinario tradicional buscaba controlar los cuerpos a través de la vigilancia y el castigo, el poder digital ejerce su control de manera mucho más sutil, penetrando en la mente de los ciudadanos. Ya no es necesario imponer normas por la fuerza, porque los individuos, atrapados en dinámicas de gratificación instantánea y consumo compulsivo de información, terminan autoimponiéndose las estructuras de control.
El individuo en la era digital no se siente reprimido, sino “hiperconectado” y “libre”, cuando en realidad está atrapado en un ecosistema diseñado para explotar su atención. La digitalización ha convertido la política en una cuestión de neuroeconomía, donde la lucha ya no es por la imposición de una ideología, sino por el control del flujo de datos que define lo que cada ciudadano percibe como real.
El problema de este modelo de poder es que se disfraza de autonomía. Ya no hay censura explícita, pero la sobrecarga informativa y los filtros algorítmicos crean un entorno donde la verdad se diluye en un mar de estímulos. Es la paradoja del Big Data: cuanta más información tenemos, menos capaces somos de procesarla y más vulnerables nos volvemos a la manipulación.
La Crisis de la Democracia Deliberativa
La democracia moderna se ha basado históricamente en la idea de un espacio público en el que los ciudadanos pueden debatir y deliberar racionalmente sobre asuntos políticos. Jürgen Habermas describió este proceso como el corazón de la esfera pública democrática. Sin embargo, Han sostiene que este modelo está colapsando debido a la transformación digital de la comunicación.
En la era de la infocracia, la política ya no se basa en la argumentación lógica, sino en la producción y distribución de contenido diseñado para captar la atención y reforzar sesgos preexistentes. Las redes sociales han fragmentado el espacio público en burbujas de información donde cada grupo se alimenta de narrativas diseñadas para confirmar sus creencias. En este contexto, la verdad ya no es un consenso construido colectivamente, sino un producto más en el mercado de la información.
El populismo digital es el resultado natural de esta transformación. Líderes políticos carismáticos entienden que, en la infocracia, no es necesario convencer con argumentos sólidos, sino generar emociones fuertes y contenido viral. La indignación y el escándalo son herramientas más efectivas que la razón, y las fake news, al apelar a las emociones, se difunden más rápido que la información verificada.
La consecuencia es una democracia erosionada, donde los ciudadanos ya no participan activamente en la deliberación política, sino que reaccionan pasivamente a estímulos diseñados para entretener y polarizar. Se ha pasado de la política como un ejercicio de construcción colectiva a la política como espectáculo y consumo de contenido efímero.
El Homo Digitalis y la Nueva Servidumbre Voluntaria
Han introduce también el concepto del Homo Digitalis, una nueva forma de sujeto moldeado por la lógica de la infocracia. A diferencia del ciudadano ilustrado que aspira a la autonomía racional, el Homo Digitalis es un individuo constantemente conectado, ansioso por consumir y producir información, pero incapaz de concentrarse en reflexiones profundas. Su atención está fragmentada y sus emociones, manipuladas por algoritmos que optimizan la adicción a la dopamina digital.
Este nuevo sujeto digital es funcional a la infocracia porque, aunque cree estar informado, en realidad es prisionero de flujos de datos que limitan su capacidad de pensamiento crítico. Al igual que en la Servidumbre Voluntaria de Étienne de La Boétie, el ciudadano digital se convierte en cómplice de su propia dominación. No necesita ser forzado a aceptar el poder; lo hace de manera voluntaria porque el sistema le ofrece una ilusión de libertad y entretenimiento incesante.
¿Es Posible Resistir a la Infocracia?
Han no es particularmente optimista sobre las posibilidades de revertir este proceso. No propone soluciones técnicas ni reformas estructurales, porque el problema no es solo institucional, sino cultural y filosófico. Sin embargo, sí señala que la resistencia pasa por recuperar ciertas prácticas que han sido desplazadas por la lógica digital:
- La recuperación de la atención y la contemplación: En una época dominada por la distracción y la inmediatez, la capacidad de concentración y la lectura profunda son formas de resistencia. Pensar con lentitud, desconectarse de la lógica de la viralidad y cultivar la introspección son actos revolucionarios en la era de la infocracia.
- El fortalecimiento del pensamiento crítico: Si el problema de la infocracia es la manipulación de la percepción, la solución pasa por fortalecer la capacidad de discernimiento y la alfabetización mediática. No basta con consumir información; es necesario aprender a evaluarla críticamente.
- La creación de espacios de diálogo auténtico: Frente a la fragmentación del espacio público, es fundamental reconstruir comunidades de debate donde la deliberación no se base en el espectáculo, sino en la argumentación racional. Esto implica replantear el diseño de las plataformas digitales y buscar modelos alternativos de comunicación política.
En última instancia, Infocracia es un llamado a la reflexión sobre el futuro de la democracia en la era digital. Han nos advierte que, si no somos capaces de recuperar la autonomía del pensamiento, corremos el riesgo de convertirnos en sujetos pasivos dentro de un sistema que, bajo la apariencia de libertad de información, nos somete a nuevas formas de control.
La gran pregunta que deja el libro es si seremos capaces de construir una alternativa a la infocracia o si nos resignaremos a vivir en un mundo donde la política ha sido reemplazada por un flujo incesante de datos diseñados para distraer y dividir.