Sin presión militarno habrá paz

A lo largo de la historia, las negociaciones de paz son vistas como una  esperanza en conflictos prolongados. Sin embargo, cuando estas  negociaciones no se sostienen con una presión militar contundente, se  convierten en una trampa que, lejos de resolver el conflicto, lo agrava al permitir la expansión territorial de organizaciones armadas criminales. El  fracaso del Caguán en el gobierno Pastrana y de la paz total en el gobierno  Petro lo demuestran.  

Para que una negociación de paz sea efectiva, debe existir un equilibrio de  poder entre las partes comprometidas. Este equilibrio no solo se alcanza a  través de diálogos o mesas de negociación, sino también mediante la  demostración de fuerza y la capacidad de imponer consecuencias. Sin presión  militar significativa, las organizaciones armadas criminales se envalentonan,  ven la negociación como una oportunidad para reorganizarse, fortalecerse y  continuar con su agenda de violencia y crimen. La expansión territorial del  clan del golfo y su estrategia de controlar todas las rentas criminales a través  de franquicias, ha significado un retroceso cualitativo que pone a Colombia en  riesgo de convertirse en un Estado fallido. 

Diversos ejemplos históricos ilustran esta dinámica. En el país, las  negociaciones de paz con las FARC, que culminaron en 2016, fueron  precedidas por una presión militar constante y sin precedentes que permitió alcanzar el acuerdo de la Habana. Sin embargo, la extensísima negociación de  6 años, sumada a la no implementación del acuerdo en el gobierno Duque y en  lo que va del gobierno Petro, hicieron que el Estado nunca ocupara los espacios  dejados por las FARC. Esto condujo a una expansión de las organizaciones  armadas que, aunque fragmentadas, siguen operando en diversas regiones del  país. 

En contraste, los acuerdos de paz firmados en El Salvador y Guatemala en los  años 90, aunque difíciles y prolongados, estuvieron precedidos por una fuerte  presión militar que obligó a las partes a llegar a la mesa de negociación con  incentivos claros para cesar las hostilidades. A pesar de los desafíos  posteriores, estos acuerdos lograron reducir significativamente la violencia  armada. 

Las organizaciones criminales, a diferencia de los movimientos insurgentes  con motivaciones políticas claras, se centran principalmente en el lucro y el  control territorial. Sin la amenaza de una acción militar contundente, estos  grupos aprovechan las negociaciones de paz para expandir sus operaciones  ilegales. La falta de presión militar les permite consolidar su poder, reclutar  nuevos miembros y establecer redes más amplias y sofisticadas.

La comunidad internacional juega un papel crucial en la facilitación de  negociaciones de paz, pero también debe reconocer la importancia de la  presión militar en estos procesos. Las sanciones y el aislamiento diplomático  deben ir acompañados de estrategias de seguridad que impongan límites  claros a las organizaciones armadas criminales. Sin esta combinación de  medidas, las negociaciones de paz corren el riesgo de ser percibidas como una  debilidad, incentivando a los grupos armados a prolongar y expandir su  influencia. 

En última instancia, la paz no se logra simplemente firmando acuerdos;  requiere una vigilancia constante y una disposición a usar la fuerza cuando  sea necesario para mantener el orden y la seguridad. Solo así se puede  garantizar que las organizaciones armadas criminales no encuentren en las  negociaciones de paz una oportunidad para fortalecer su poder y perpetuar el  ciclo de violencia.

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