SOCIEDAD DEL CANSANCIO

En un mundo donde todo debe ser medido, monetizado y mejorado, el cansancio se ha transformado en el estado natural del ser humano moderno. Ya no es el resultado de una opresión visible, de un sistema autoritario que limita nuestras libertades. Es un cansancio mucho más insidioso: una fatiga existencial que surge de la imposición silenciosa del rendimiento como valor supremo. Esta es la tesis central de Byung-Chul Han en su influyente ensayo La sociedad del cansancio (2010), una obra breve pero intensa, que disecciona con agudeza la psicología de nuestro tiempo.

De la sociedad disciplinaria a la sociedad del rendimiento

Han parte de una comparación reveladora entre dos tipos de sociedades: la sociedad disciplinaria, que Michel Foucault caracterizó por el control externo, las prohibiciones y la vigilancia (escuelas, cárceles, fábricas), y la sociedad del rendimiento, en la que vivimos hoy, que se caracteriza por una aparente libertad, pero que en realidad opera a través de la autoexigencia y la autovigilancia.

En lugar del “debes”, ahora reina el “puedes”. Pero esta afirmación de libertad se convierte en su opuesto: si todo depende de mí, entonces todo fracaso también es culpa mía. Ya no hay un poder exterior que me imponga sus reglas; soy yo quien me exijo ser más productivo, estar disponible todo el tiempo, mejorar constantemente mi cuerpo, mi carrera, mi perfil en redes. El sujeto neoliberal es al mismo tiempo esclavo y amo de sí mismo. Se explota a sí mismo voluntariamente y se quiebra en el intento.

El imperio del rendimiento

En esta sociedad del rendimiento, la positividad se ha convertido en una forma de opresión. La cultura del “sí se puede”, del “tú lo vales”, del “todo está en tu mente”, crea una falsa ilusión de empoderamiento. En realidad, produce un sujeto agotado, ansioso, incapaz de detenerse o aceptar sus límites. Porque si todo es posible, entonces no hay excusas. El descanso es para los débiles. La lentitud es una forma de fracaso.

Han advierte que esta lógica no solo coloniza el ámbito laboral, sino también nuestras emociones, relaciones y tiempo libre. En las redes sociales, por ejemplo, cada uno se convierte en su propio publicista: nos vendemos, nos comparamos, nos editamos. Y cuanto más tratamos de brillar, más nos vaciamos. Vivimos bajo la tiranía del “yo ideal” que proyectamos, lo cual nos aleja de la experiencia auténtica del ser. El sujeto de la sociedad del rendimiento no se relaciona: compite. No descansa: optimiza. No existe: se actualiza.

Cansancio y violencia

Una de las ideas más poderosas de Han es que el cansancio del siglo XXI no proviene de la opresión, sino del exceso. Exceso de positividad, de estímulos, de posibilidades. Este exceso genera un tipo de violencia suave, invisible, que no deja cicatrices físicas, pero sí mentales. Es la violencia del “burnout”, del estrés crónico, de la depresión funcional. Enfermedades del alma que proliferan en contextos donde no hay lugar para la debilidad ni la pausa.

Frente a este panorama, Han denuncia la desaparición de lo contemplativo. En la aceleración constante, el pensamiento profundo se extingue. Todo debe ser inmediato, breve, útil. El sujeto contemporáneo ya no soporta el silencio ni la espera. Ha perdido la capacidad de demorarse en las cosas, de mirar sin buscar, de estar sin producir. Por eso, la experiencia estética, el arte, la filosofía que requieren tiempo y atención se vuelven marginales.

Una crítica al modelo occidental

Aunque Han escribe desde Alemania, su crítica atraviesa todo el modelo de vida occidental moderno, centrado en la productividad, la competencia y la tecnificación de la existencia. En este sistema, incluso el descanso ha sido capturado por la lógica del rendimiento: apps de meditación, relojes que miden la calidad del sueño, retiros espirituales que prometen “recargar energía” para volver más fuerte al trabajo.

La paradoja es que la exaltación del individuo ha desembocado en su fragilidad. Somos más libres que nunca, pero también más solitarios, más ansiosos, más frágiles. Nos creemos autosuficientes, pero dependemos constantemente de validaciones externas. Y cuando el cuerpo o la mente se quiebran, no hay red que nos sostenga. El cansancio deja de ser un síntoma para convertirse en identidad: estamos cansados de estar cansados.

¿Qué hacer?

La pregunta, entonces, no es solo cómo sobrevivir en esta sociedad del cansancio, sino cómo resistirla. Han no ofrece soluciones fáciles, pero sugiere una vía: recuperar el valor de la inactividad, del ocio verdadero, del no hacer. Rehabilitar el silencio, la lentitud, la contemplación. Aprender a vivir sin ser constantemente evaluado. A mirar el mundo sin convertirlo en contenido.

En un entorno que premia el movimiento constante, tal vez el gesto más subversivo sea detenerse. En una cultura que nos exige estar siempre disponibles, tal vez lo más revolucionario sea desconectarse. Y en una sociedad donde todo se convierte en capital simbólico o económico, tal vez lo más humano sea simplemente ser, sin necesidad de justificarlo.

Epílogo

La sociedad del cansancio no es solo un diagnóstico; es una advertencia. Porque una civilización que no permite el descanso está destinada al colapso. Y una persona que nunca se detiene está condenada a perderse de sí misma. El reto es enorme, pero necesario: volver a habitar el tiempo, el cuerpo, la palabra. Reaprender a vivir no como máquinas, sino como humanos.

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