A pocos días de vencer el plazo para que los países negocien con el gobierno de la economía más grande del mundo y principal mercado de consumo, los aranceles, la palabra más bonita del diccionario para el mandatario estadounidense, se vuelven a poner de moda. Son tributos que se aplican al comercio exterior, específicamente cobros que recaen sobre las mercancías que se importan o transitan por un territorio. Han estado presente en las relaciones comerciales de la humanidad a lo largo de su historia y se han usado de distintas maneras.
Se han encontrado registros de las antiguas civilizaciones, que dan cuenta de cobros aplicados a las caravanas de mercancías que transitaban por un determinado territorio que estaba bajo el dominio de una población organizada políticamente. Los egipcios, fenicios y posteriormente las ciudades estados griegas como Atenas y por su parte Roma, establecieron cobros de derechos aduaneros con fines fiscales. Pero el registro escrito más determinante es una piedra caliza tallada con una inscripción (que data del año 137 d.C) que contenía tarifas para comerciantes que pretendían ingresar o transitar mercancías por la ciudad de Palmira (actual Siria) en el Imperio Romano, para ese entonces un importante centro de intercambios comerciales que unía al mediterráneo con oriente.
Siglos después, el imperio Otomano (hoy Turquía) impuso cobros sobre las mercancías que transitaban por sus territorios donde pasaba la ruta de la seda que conectaba comercial y culturalmente a los pueblos de oriente con los de occidente. El cobro de aranceles le proporcionó a los otomanos una fuente importante de ingresos fiscales y acabó con la famosa ruta, ya que llevó a los comerciantes de occidente a buscar caminos alternativos para poder vender y comprar con los de oriente (en ese momento especias, seda, metales preciosos), llevando a explorar rutas marítimas que permitió navegar bordeando al continente africano por el sur para llegar a la India y la determinante llegada a las indias occidentales: América.
Iniciada la era colonial los países europeos empezaron acumular metales preciosos como la plata y el oro extraídos de sus colonias de ultramar, surgiendo el pensamiento económico denominado mercantilismo. Esta corriente económica promovía el control al comercio internacional para mantener superávits comerciales. El pensador Thomas Mun en su influyente libro La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior afirmaba que, para aumentar la riqueza y el poder de una nación, tenía que vender más a los extranjeros que lo que compraba de ellos en valor. Esta idea se llevaba a la práctica con impuestos a las importaciones. Sí, otra vez la palabra más bonita: aranceles. Gravar las importaciones permitía conseguir una balanza comercial positiva, acumular metales preciosos y fomentar las exportaciones. La mayoría de las naciones europeas adoptaron el mercantilismo, destacándose Francia, Inglaterra y Holanda que implementaron rigurosas leyes para restringir las importaciones y promover las exportaciones.
Este fuerte proteccionismo en Europa se mantuvo por lo menos hasta la mitad del siglo XIX. El caso de Inglaterra la gran potencia del siglo XIX, con la producción de lana virgen y posteriormente tejidos, tuvo grandes ingresos que le permitieron acumular capital y destinar excedentes a otros sectores desembocando en la revolución industrial. Pero su éxito en el comercio de la lana y tejidos no fue obra del libre comercio. Por el contrario, El rey Eduardo III por allá en el siglo XIV gravó la importación de lana y prohibió la de tejidos a la par que subsidiaba las exportaciones, políticas de impulso a la industria que continuó la dinastía Tudor. En su libro Un plan para el comercio Ingles, de 1728 el mercader Daniel Defoe describe como Inglaterra paso de ser un mero exportador de lana virgen a Países Bajos, a convertirse en una potencia en manufacturas en tejidos gracias a la protección de sus importaciones y la promoción de sus exportaciones.
Llegada la revolución industrial, Inglaterra afianzó su liderazgo en manufacturas y mantuvo la política proteccionista hasta mediados del Siglo XIX. Un hecho representativo es la expedición de la ley del trigo en 1815 (cuando ya Smith y Ricardo hablaban de las bondades del libre comercio) para proteger su producción. Solo hasta cuando Inglaterra ya había tomado ventaja suficiente, erigiéndose como los productores más eficientes del mundo en muchos renglones económicos, abrieron sus mercados al libre comercio internacional (el llamado Laissez faire).
De la misma forma procedieron sus mejores hijos que cruzaron el atlántico y se asentaron en Norteamérica. En el naciente Estado Unidos de América, Alexander Hamilton (que está en los billetes de 10 dólares), el primer Secretario del Tesoro, en su Informe al Congreso de 1791 manifestó que la competencia del extranjero haría que las nuevas industrias no arrancarían en Estado Unidos a menos que sus pérdidas iniciales fueran garantizadas por el Estado en forma de subvenciones e impuestos sobre importaciones. Se expidió la ley arancelaria de 1816, con la cual los bienes manufacturados que tenían incipiente producción local quedaron cobijados con fuertes aranceles.
Los terratenientes esclavistas del sur, que su riqueza provenía de la renta de la tierra y la explotación de esclavos, no veían razones para tener que comprar productos “yanquis” locales más caros cuando podían importarlos más baratos de Europa (lo que sí hizo América Latina y la condenó al subdesarrollo). En la guerra civil de 1861 el norte se impuso sobre el sur por su superioridad al haber desarrollado industrias. En la película lo que el viento se llevó el protagonista le dice a un compatriota sureño que los yanquis del norte ganaran la guerra porque posees las fábricas que los sureños no tienen. Los altos aranceles se mantuvieron hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos había alcanzado una madurez industrial y con una Europa destruida, el país del norte adoptó el libre comercio internacional con la creación del GATT que más tarde se convertiría en la OMC.
La nueva potencia del Siglo XX, embarcada en guerras (como la de Vietnam) y en una carrera armamentística con la Unión Soviética, empezó acumular un déficit comercial convirtiéndose en el principal mercado para las exportaciones del resto del mundo (aun consumiendo sobre sus posibilidades y pagando con papelitos verdes) absorbiendo la producción de Europa, Medio Oriente, Japón, los tigres asiáticos y posteriormente de China. Si el mercado estadounidense estornudaba, el resto del mundo se resfriaba, configurándose un Monopsonio a escala mundial, lo que le dio al país del norte un fuerte poder de mercado.
Cuando el mundo se dio cuenta de la trampa, empezó a solicitar el cambio de los papelitos verdes por su correspondiente del metal precioso. “Nuestro dólar, su problema” fue la respuesta del Gobierno Estadounidense al resto del mundo. Desvinculo el dólar del patrón oro y para solucionar el problema, Richard Nixon buscó en el diccionario y encontró la palabra más bonita: ¡Aranceles! Para obligar aceptar la trampa del dólar y disminuir el déficit comercial, obligó a negociar al resto del mundo la revaluación de sus monedas frente al dólar, imponiendo un recargo de aranceles del 10% inmediatos y generalizados. La más alta subida arancelaria de la Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930.
Los países asiáticos llegaron más tarde a la escena industrial. Primero Japón, después Corea del Sur, Singapur, Taiwán y por último China, emplearon una estrategia proteccionista de sus productos estratégicos. Desgravaron bienes de capital que no producían y pusieron aranceles a bienes de consumos que apostaron producir los cuales subsidiaron sus exportaciones invirtieron en investigación y desarrollo, lo que les permitió desarrollar economías enfocadas en sectores de alto valor agregado.
Las principales economías del Sudeste Asiático siguieron políticas de sustitución de importaciones desde su independencia, desarrollaron industrias de bienes de consumo detrás de aranceles aduaneros y usaron reglamentaciones del contenido locas. Como afirma el economista José G. Palma, en el Trimestre Económico: “Sus industrias se desarrollaron inicialmente protegidas por aranceles.” Alcanzado cierto desarrollo industrial, las grandes empresas imitaron los carteles industriales de occidente y fue ahí cuando estos países empezaron abrir de manera gradual sus mercados.
El regreso del proteccionismo a Estado Unidos con los aranceles de Trump 2.0 en el siglo XXI ¿tendrá fines de protección e incentivos a la industria como los promovidos por Alexander Hamilton adoptados el siglo XIX, o como forma de extorsión como los de Richard Nixon en el siglo XX? Si bien se han impuesto bajo declaratorias de emergencia nacional (primero por la crisis del fentanilo y después por el déficit comercial) por lo visto hasta ahora, desde el primer anuncio el hombre arancel fiel a sus ideas de América Primero, busca fines geoeconómicos, geopolíticos y personales. Es ante todo un negociador.
Entre los económicos se destacan nivelarse con países con los que tiene déficits comerciales como China, India, Japón, Corea del Sur, Taiwan, la Unión Europea, Canadá, México y Sudáfrica. Por ello, a éstos van dirigido los aranceles más altos. A fecha 1 de agosto, Europa, Japón y Corea del Sur alcanzaron acuerdos del 15%; Canadá le impuso el 35%, Sudáfrica del 30%; India del 25%; y Taiwán del 20%; China y México están en 30% y 25% respectivamente, pero están en negociaciones.
En los acuerdos Trump asegura cuotas de compras a productos estadounidenses e inversiones en su territorio. A la mayoría del resto del mundo se tiene un arancel base del 10%. El único país que respondió adoptando medidas fue China, al imponer aranceles recíprocos y retener minerales de tierras raras (indispensables en la fabricación de teléfonos inteligentes, computadoras, turbinas eólicas y vehículos eléctricos), lo que llevó a EEUU a bajar el tono y sentarse a negociar haciendo buenos buenos gestos como levantar la prohibición de la venta de chips informáticos avanzados a China, por parte de la empresa Nvidia (indispensables para la computación de alto rendimiento y la inteligencia artificial).
Si bien, la existencia de un déficit comercial se muestra como la razón de la imposición de estos aranceles, se ha hecho evidente, que detrás hay razones políticas como la cercanía con potencias rivales y la intención de algunos países de hacer parte de la Franja y la Ruta, manifestarse en contra del genocidio que Israel aplica al pueblo palestino o tener la intención de reconocer a este último como Estado, caso de Canadá; no querer invertir más dinero en defensa, como el caso de España con la OTAN; comprarle petróleo a rusia como el caso de India, (se prepara ley que impondría aranceles de hasta el 500 % a los países que apoyen la maquinaria bélica de Rusia comprando su petróleo y gas) y el más grotesco de todos, un arancel del 50% (el más alto de todos) para exigir que cese el juicio a un amigo y aliado político procesado por intento de golpe de Estado, caso de Brasil.
El mantra del libre comercio impulsado en la globalización neoliberal ha sido defendido por todo el espectro ideológico, desde la izquierda progresista hasta la derecha conservadora. No fue solo la derecha de occidente con Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la década de 1980 los impulsores del neoliberalismo. El demócrata Bill Clinton en Estados Unidos, el laboralista Tony Blair en Inglaterra y el Socialdemócrata Gerhard Schröder en Alemania, en la década del 1990 promovieron la liberalización comercial, la desregulación financiera y las privatizaciones. Y esta misma centroizquierda progresista, hoy ve horrorizada el regreso de los aranceles.
El progresismo mundial debe tener un cambio de paradigma. Reconocer el fracaso del neoliberalismo en necesario para el nacimiento de un nuevo orden económico más justo. Los productores y trabajadores de sectores económicos inundados por importaciones no están contentos, quiebran sus empresas y pierden sus trabajos, así los defensores del libre comercio digan que a la larga todos estaremos mejor, como consumidores con productos extranjeros más baratos como los esclavistas sureños de Estado Unidos en el Siglo XIX. Como afirma el Nobel de economía Joseph Stiglitz en su reciente libro Camino de Libertad “El libre comercio no resultó ni libre ni justo, sino controlado por los intereses de las grandes corporaciones multinacionales, con acuerdos comerciales que le arrebatan a los países los instrumentos como los aranceles y las subvenciones.”
Lo importante de revisar la historia es que permite analizar los relatos promovidos y constatarlos que tanto se ajustan a la realidad. Por ello el consejo de Winston Churchill a estudiantes alentándolos a estudiar la historia porque ella contiene los secretos para gobernar el Estado, sigue vigente. La historia económica mundial muestra como en el capitalismo, el proteccionismo ha sido mayor impulsor del desarrollo que el libre comercio internacional. El Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, Japón, los tigres asiáticos y China practicaron por mucho tiempo el proteccionismo, gravando productos considerados estratégicos y subvencionando sus exportaciones y solo cuando alcanzan cierto grado de desarrollo, abren sus mercados.
Los países de América Latina -AL- deben rescatar la escalera por la que subieron los países desarrollados (que una vez llegaron a la cima la patearon para que otros no suban), para escalar en el progreso industrial. Aprovechando que el rio esta revuelto con la actual guerra comercial, AL debe pensar en su desarrollo propio y no en alinearse con los intereses de las potencias en disputa. Hay que sacar provecho estratégicamente, la relación con cada bloque político y económico debe estar orientada a tomar lo que mejor ofrece de manera pragmática sin limitaciones ideológicas y para ello se tiene a la mano distintas herramientas no solo diplomáticas sino económicas, entre las que está una usada desde hace más de dos mil años por los humanos y que hoy adorna el diccionario: los aranceles.