A la fecha, el mayor “logro” que puede mostrar el presidente Gustavo Petro es haber devuelto a la escena política a un muerto político: Álvaro Uribe Vélez, un expresidente condenado. Petro consiguió, en tres años de gobierno y con la destrucción de la seguridad producto de su fallida “paz total”, que ese “muerto político” volviera a sonar con fuerza en el escenario público. Algo que parecía imposible hace tres años, cuando el mismo Petro derrotaba al uribismo en las urnas y prometía un cambio que nunca llegó.
La condena a doce años de cárcel por soborno de testigos parece haberle dado a Uribe un nuevo aire. A sus 78 años, el político más influyente de la historia reciente de Colombia ha encontrado impulso para salir a las calles, lanzar críticas y atacar al gobierno de Petro. Uribe, quien estuvo privado de la libertad en su hacienda El Ubérrimo —escoltado por el Estado y con comodidades que contrastaban con la situación de cualquier preso—, nunca dejó de pronunciarse contra quien, paradójicamente, le dio motivos para resurgir: Gustavo Petro.
La llamada “paz total” ha tenido el efecto contrario al esperado: los grupos armados del país se han fortalecido mientras las Fuerzas Militares permanecen contenidas en espera de diálogos con todos. La delincuencia anda desatada, y la política de nombrar a delincuentes como “gestores de paz” fracasó rotundamente. Petro, cada vez más, demuestra que la seguridad no es lo suyo y que el país no va por buen camino.
Ese fracaso le ha servido de plataforma a la extrema derecha, que ha recuperado el discurso de la seguridad y la mano firme. Hoy Uribe se pasea por todo el país ondeando una bandera que muchos precandidatos esperan recibir de sus manos. Increíblemente, el Centro Democrático —partido que parecía agotado tras el mandato de Iván Duque— vuelve a tener aire político.
Colombia parece estar nuevamente atrapada en una división entre Petro y Uribe: entre una “nueva forma” de gobernar que no es distinta a lo anterior, y los mismos de siempre que han gobernado, saqueado y ultrajado al país. Con Petro en el poder, poco ha cambiado.
Petro logró lo que parecía imposible: que un condenado en firme, tras un juicio, recorra el país acompañando precandidatos presidenciales e intentando endosar las banderas de la extrema derecha a quien él considere su sucesor. Mientras tanto, suma a sus huestes a viejos políticos reciclados, como el padre del asesinado Miguel Uribe, un conservador reencauchado en el partido de la “mano firme y las botas grandes”.