El Caribe colombiano acogió el Encuentro Nacional de Regiones de Paz los días 21 y 22 de junio de 2024 en la histórica ciudad de Santa Marta como epicentro. Esta ciudad, que albergó los últimos días del Libertador Simón Bolívar, se convirtió en el escenario perfecto para discutir el pasado, presente y futuro de la paz en nuestro país. Desde la majestuosa Sierra Nevada de Santa Marta hasta las ciénagas y vastos campos del departamento del Magdalena, se recordó la trágica historia de violencia que ha marcado esta región.
El 6 de diciembre de 1928, la Masacre de las Bananeras dejó una cicatriz imborrable en la memoria colectiva. El Estado, en su momento, ordenó la represión violenta de los trabajadores bananeros que exigían sus derechos, evidenciando una vez más el abandono y la falta de atención a las necesidades de las comunidades. Este abandono propició la aparición de grupos insurgentes de distintas ideologías, que encontraron en la falta de desarrollo y en la marginación un terreno fértil para su expansión.
La época oscura de las masacres paramilitares en connivencia con la clase política tradicional, convirtió al Magdalena en un feudo de concentración de tierras y poder electoral. Este reflejo de la evolución del conflicto armado y social en Colombia mostró cómo la élite oligárquica ha negado sistemáticamente el desarrollo integral del territorio, impidiendo la tecnificación del campo, el desarrollo de infraestructura vial y la mejora en servicios públicos y básicos de salud, educación.
El conflicto armado interno en Colombia ha cambiado sustancialmente con la desaparición de organizaciones nacionales como las FARC-EP y las AUC, los grupos armados actuales, ligados a economías criminales, se han regionalizado impactando directamente a las comunidades locales según sus intereses y ascendencia dentro de las poblaciones bajo su espectro de acción.
En este contexto, fue crucial discutir la construcción de paz desde una perspectiva regional, considerando las particularidades de cada territorio, el nivel de ausencia estatal, las pretensiones de los grupos armados y, sobre todo, las voces de las comunidades afectadas. El centralismo excesivo que asfixia a las regiones debe ser desmantelado para permitir una gestión más efectiva y equitativa de la paz.
La verdadera construcción de paz implica un retorno integral de la presencia estatal en los territorios. No se trata solo de la presencia de la fuerza pública, sino de llevar programas y servicios que mejoren la calidad de vida de las comunidades.
En conclusión, el Encuentro Nacional de Regiones de Paz en Santa Marta brindó una valiosa oportunidad para reflexionar sobre nuestra historia y tomar acciones decisivas hacia un futuro más justo y pacífico. La construcción de paz debe ser un esfuerzo conjunto que priorice el desarrollo integral de los territorios y la atención a las necesidades de sus comunidades. Solo así podremos superar el legado de violencia y construir un país donde la paz sea una realidad duradera.