La revelación de una conversación privada entre el ministro del Interior Armando Benedetti y la congresista Katherine Miranda ha desatado un debate sobre los límites entre la libertad de expresión, el derecho a la intimidad y la coherencia política en la era digital.
Hace pocos días, un reportero gráfico de El Espectador capturó una imagen del celular del ministro del Interior, Armando Benedetti, durante su visita al Congreso, revelando una conversación de WhatsApp con la representante Katherine Miranda. Este incidente ha puesto de manifiesto las complejidades de la comunicación política en la era digital y los desafíos que enfrentan los actores públicos en el manejo de sus interacciones privadas y públicas.
El chat muestra un tono cordial entre Benedetti y Miranda, contrastando con la postura pública de rechazo que la congresista había expresado hacia el nombramiento del ministro. “Jajaja debe ser que hace rato no te veía. Qué vaina no poder saludarte como antes”, escribió Benedetti, a lo que Miranda respondió: “Y no me vayas a saludar ahora. Tienes todos los medios encima”.
Esta revelación ha generado un intenso debate sobre la coherencia política y la autenticidad en la comunicación pública. Miranda, quien había firmado una carta junto a otras congresistas solicitando al presidente Petro reconsiderar la designación de Benedetti, se vio obligada a explicar la aparente contradicción entre su postura pública y su comunicación privada.
“Yo puedo perfectamente tener un trato cordial con Armando Benedetti y al mismo tiempo rechazar su nombramiento ante presuntos hechos de violencia intrafamiliar”, declaró Miranda en su defensa. Esta justificación refleja la tensión entre las relaciones personales y las posturas políticas en la que los funcionarios y servidores públicos deben navegar constantemente.
El incidente ilustra lo que la teoría de la comunicación política denomina “gestión de identidades segmentadas”, donde las figuras públicas construyen narrativas diferenciadas para audiencias específicas. El chat filtrado operó como una disonancia cognitiva mediática, exponiendo la brecha entre el discurso público y la conducta privada.
Por otro lado, desde la perspectiva de la teoría feminista de la comunicación, este caso plantea interrogantes sobre cómo las mujeres en política deben “performar feminidad” dentro de estructuras androcéntricas que las penalizan si transgreden sus códigos. Miranda se encontró navegando entre dos mandatos contradictorios: como militante feminista debía romper públicamente con Benedetti, pero como operadora política necesitaba mantener canales con el poder establecido.
El presidente Gustavo Petro intervino en la polémica, acusando a ciertos sectores políticos de “traición y oportunismo”. Esta reacción subraya cómo los incidentes de comunicación privada filtrada pueden ser instrumentalizados para reconfigurar narrativas políticas y desacreditar a opositores.
La filtración también plantea cuestiones éticas y legales sobre el derecho a la privacidad de las figuras públicas. Como han señalado algunos periodistas, la captura de comunicaciones privadas podría considerarse una violación al derecho a la intimidad consagrado en la Constitución. Sin embargo, otros sectores de la opinión pública argumentan que cuando se trata de figuras política como los personajes de marras, que toman decisiones sobre el destino colectivo, la transparencia indefectiblemente debe prevalecer.
Desde mi perspectiva como periodista y abogado, dadas las circunstancias, este episodio sirve para subrayar la necesidad de una regulación más clara sobre la privacidad digital de los funcionarios y servidores públicos, estableciendo claros límites éticos al periodismo en la era de la hiperconectividad. También, evidencia los desafíos que enfrentan los políticos para mantener la coherencia entre sus posturas públicas y sus relaciones personales en un entorno donde la línea entre lo reservado y divulgable se desdibuja cada vez más.
Finalmente, un lector bien informado, concluirá que, a fin de cuentas, el caso Miranda-Benedetti no es meramente anecdótico; es sintomático de una política donde las convicciones parecen adaptarse a las circunstancias y donde el discurso público y la conducta privada habitan universos paralelos: como en un espejo roto, cada fragmento refleja una verdad parcial, y la imagen completa queda a interpretación del observador.