¿Qué somos las mujeres? Si pensamos en estadísticas, el 50 % de la población mundial; si dirigimos nuestras miradas a la biología, dadoras de vida; y si la última opción de respuesta es desde la perspectiva del ser, hay que decir que somos fuertes, triunfadoras y con mucha capacidad resolutiva. A través de la historia, las mujeres han sido pilares en la formación de sociedades, influyendo en la cultura, la educación y la política.
Mi idea no es quedarme con una opción, porque las mujeres somos agentes de cambio, con la capacidad de transformar sus vidas y las comunidades. Sin embargo, es muy poco lo que tenemos, y esta vez no quiero hacer referencia a esa frase de cajón: “es mucho lo que hemos avanzado”. Aunque es verdad, nunca debimos estar en desventaja, subordinadas, y mucho menos, ser silenciadas.
Por eso, hoy, en medio de una sociedad que aún mata y violenta a las mujeres, pido la palabra por aquellas que no lo pueden hacer, que prefirieron callar y aguantar por temor.
La situación de las mujeres en el departamento del Atlántico refleja desafíos significativos, especialmente en términos de violencia de género, que es un problema estructural en la región. Se ha notado un aumento en los homicidios de mujeres, con un incremento del 12 % reportado, incluyendo casos de feminicidio y otros homicidios.
Detrás de estas tragedias, se encuentra el machismo arraigado en nuestra sociedad, una mentalidad que subestima y desvaloriza a las mujeres, perpetuando la violencia de género y la impunidad. Es indignante ver cómo los casos de asesinatos de mujeres a menudo quedan sin resolver, con poca o ninguna acción por parte de las autoridades para llevar a los responsables ante la justicia. Esta falta de rendición de cuentas envía un mensaje peligroso de permisividad hacia la violencia contra las mujeres.
En el Atlántico, por ejemplo, las comisarías de familia, no tienen herramientas para hacer un trabajo preventivo y de restablecimiento de derechos adecuados, no cuentan con el apoyo 100 % del Estado, así lo he podido evidenciar en varias visitas que he hecho a estos lugares en el departamento.
Además, hay necesidad urgente de liderar una adecuada ruta de acción con articulación institucional y de las propias organizaciones civiles; es necesario dirigir la mirada hacia la prevención sobre todo en la educación escolar desde los primeros años. La educación juega un papel fundamental en este ciclo de violencia y desigualdad; no solo brinda conocimiento y habilidades, sino que también fomenta valores de respeto, igualdad de derechos y empatía.
Actualmente, muchas mujeres siguen siendo privadas de acceso a una educación de calidad, lo que las deja en una situación vulnerable a la explotación, el abuso y la discriminación ya que le impide tener autonomía económica, social y cultural, asi como participar en la toma de deciciones que le permitiría empoderarse.
Urge la capacitación de los servidores públicos para atender asuntos de violencia de género, acceso a la equidad y en la asimilación del concepto del derecho a la igualdad.
Las mujeres atlanticenses son la esencia del progreso, empoderadas en una región que celebra sus logros y reconoce sus desafíos. El departamento, a través de la Secretaría de la Mujer, ha destacado por su compromiso en trabajar por los derechos y la autonomía de las mujeres. Debo reconocer esfuerzos como la casa refugio en el Atlántico, que les permite a las mujeres que se encuentran en alto riesgo de violencia tener un sitio para ellas y sus hijos para alejarlas del peligro; sin embargo, termina siendo insuficiente, por eso, mi llamado, en este tiempo el que se discuten y construyen los planes de desarrollo, es a que se promuevan políticas justas y equitativas aumentando los presupuestos destinados a la erradicar la violencia de género, promover la igualdad, más oportunidades de educación e impulsarlas a ser emprendedoras.
Una mujer que es consciente de su valor no se deja violentar, una mujer que se siente útil nada la detiene…