La agenda ambiental internacional es cada vez más compleja, en la medida que nos acercamos a la meta 2030, desde la firma del acuerdo de París por parte de las Naciones Unidas para reducir la mitigación del cambio climático y sus efectos en los sistemas ecosistémicos del mundo, nos encontramos en un momento de la historia de la humanidad donde la principal amenaza es la extinción de nuestra propia especie por parte del aumento de la temperatura y sus consecuencias en la forma de vivir en nuestra casa común.
Partamos de una serie de interrogantes importante de este complejo problema; ¿Quiénes son responsables? ¿Tenemos las mismas responsabilidades? ¿Cómo debemos asumir esa responsabilidad? ¿Qué nos corresponde hacer? Estas preguntas nos permiten aterrizar que las pérdidas y daños que la acción humana le ha ocasionado a la naturaleza son un asunto de todos, pero es necesario distinguir, principalmente cuestionarse, si todos estamos haciendo lo mínimamente suficiente para “reducir” estos daños que la existencia humana le ocasiona al planeta.
Para asumir las responsabilidades de los daños a los ecosistemas diversos de nuestra casa común, es necesario precisar que las sociedades humanas no impactan al planeta de igual manera, es decir, nuestras responsabilidades no son ni serán nunca iguales, los países del norte global demandan mayores recursos para sostener sus formas de vida, principalmente en épocas de bajas temperaturas, además de ser la zona donde se ubican las personas con mayores concentraciones de riqueza, por consiguiente, con mayores demanda de servicios que nutran sus vidas de lujos. Contrario a los países del sur global, que a pesar de contar también con un porcentaje muy minoritario de personas con altas concentraciones de riqueza, las sociedades son más desiguales e equitativas, donde la pobreza poblacional es creciente, a pesar de contener gran parte de la riqueza y disponibilidad de recursos que provee la naturaleza.
Si en un hipotético caso, lo cual no descartó la idea, se forjará una corte mundial de justicia ambiental y climática, que tuviera la obligación de condenar las naciones por sus daños a la naturaleza, los que hoy gozan de su privilegio de ser países “desarrollados” serían los primeros en ser condenados, pasaríamos de hablar de deudas externas a deudas ecológicas, siendo este el escenario utópico más conveniente para la humanidad.
Pero dejando los sueños, por ahora, pasemos a la realidad que nos tocó, desde el lugar de mundo que nos corresponde, para pensarnos lo que si es responsabilidad nuestra, es preservar las formas propias de mundo que convergen en nuestros territorios, aquí es donde cabe, muy profundamente convencido, la educación ambiental. Quizás no es un apartado donde detalle la importancia, necesidad o valor de la educación ambiental, pero si su naturaleza, es decir, su razón de ser.
La educación ambiental, más allá de ser una cátedra en los colegios o en las universidades, en esencia es la oportunidad que tenemos para poner a dialogar nuestras formas de relacionarnos con la naturaleza, valorar su importancia y planificar la vida alrededor de ella, redescubrir que en el mundo existen muchos mundos “posibles” que siempre han estado coexistiendo a pesar de estar coartados por un modelo capitalista, machista y clasista. Reconocer que nuestras naturalezas tienen toda la información, conocimiento y sabiduría para enseñarnos a vivir de “otras” formas, siendo ejemplo todas nuestras comunidades y pueblos originarios, que esas “otras” formas también son válidas.
Una pedagogía que nos permite desnaturalizar la idea de consumo para transitar a una pedagogía del cuidado, conversación y protección de la naturaleza, una idea que para muchos es exagerada, cuestionada y hasta demente, porque en el “desarrollo” la calidad de la vida es sustancialmente proporcional a la “cantidad” de recursos y servicios disponibles, pero está forma de vida es la causal del deterioro acelerado de los ecosistemas, por ello, la educación ambiental es un activismo pedagógico por la vida, aunque en muchos casos solo se desdibuje como un currículo obligatorio en los procesos formativos, pero siempre hay grietas.
Las diversas experiencias organizativas que en los territorios emergen como respuestas al modelo desarrollista, son la evidencia que la educación ambiental tiene por raíces los procesos colectivos, como las huertas comunitarias, los patios productivos, la agricultura familiar, los viveros comunitarios, entre muchas estrategias que nacen de una articulación alrededor de la vida, la preservación y la conservación.
Con lo dicho anteriormente, en el marco del día internacional de la educación ambiental, celebramos la vida, la naturaleza, el agua, el mar, los bosques, las montañas, los vientos y toda forma de vida que recubren de existencia nuestra casa común.